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Hacerse las preguntas adecuadas

Por Déborah Buiza


De repente la vida da un giro inesperado (alguien o algo se va o llega a nuestra vida), o las cosas no han resultado a nuestro favor, o simplemente por ociosidad (si, a veces uno tiene momentos ociosos en la fila del súper, del banco, viajando en el transporte público, esperando al dentista, etc.) y entonces se abre ante nosotros un espacio en el que utilizamos la capacidad que tenemos para cuestionarnos.


Espacio que se convierte en una caja de Pandora si combinamos preguntas mal formuladas, capciosas, ociosas, malintencionadas con respuestas provenientes de una autoestima mal ubicada, un ego herido, falta de perspectiva, emociones desbordadas, planteadas en un mal momento. Y entonces te preguntas, ¿por qué a mí?, ¿por qué siempre me pasan estas cosas?, ¿por qué la (o) quiere más que a mí?, y una pregunta lleva a la otra y de repente te encuentras enredado en tus propios planteamientos y en todo aquello que generan. Resultará difícil salir de un laberinto de preguntas que te han remontado al pasado, al dolor, a tus debilidades y temas pendientes.


El asunto no está en no cuestionarse (no hacerlo podría situarnos en el conformismo, la rutina, la mediocridad y el victimismo), se dice que lo que no se evalúa no puede mejorarse, en tanto eso, resulta saludable de vez en vez observarse y evaluarse frente a los objetivos que nos hemos planteado de manera personal, profesional y laboral (también es muy recomendable ir cuestionando si esos objetivos aún son apropiados para nosotros en este momento, aunque ese es otro tema).


Hay que tener cuidado en las preguntas que nos hacemos, de principio ser sinceros, amorosos y honestos, pero también comprensivos con nosotros mismos para plantear la cuestión a evaluar. Preguntarnos cosas que nos permitan conocernos y reflejen nuestras necesidades, de tal forma que podamos tener elementos para movernos a cubrirlas.


Preguntarnos qué podemos hacer para mejorar y no solo qué salió mal o por qué salió mal. Preguntarnos dónde está la salida y cómo podemos llegar a ella, más allá de preguntarnos una y otra vez cómo fue que nos metimos en ese laberinto y por qué siempre nos pasa lo mismo. Preguntarnos si nuestros pensamientos, acciones y sentimientos están de acuerdo a nuestros valores, si nos llevan a cumplir metas, a alcanzar nuestros sueños, si nos fortalecen.

Preguntarnos si lo que hacemos lo hacemos con amor, si nos da bienestar y quizá lo más importante, si nos hace felices.


Claro, después de preguntarte no puedes hacer oídos sordos y dejar en el aire las ideas que surjan, hay que hacer algo con ellas. Sabrás que te estás planteando buenas preguntas cuando tus respuestas te ayuden a avanzar en el camino de tu felicidad.

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