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Guerra de Marchas

Gustavo Lomelín C.

En una joven e imperfecta democracia como la nuestra, es un ejercicio sano la expresión ciudadana a través de las marchas, manifestaciones y movilizaciones. Son señales claras de nuestra legítima pasión política que, sin embargo, tiene su máximo impacto cuando acudimos a las urnas a votar.

No se trata de juzgar o criticar a unos y defender a otros. Se intenta analizar lo más objetivamente posible lo que está ocurriendo en la vida política, económica y social nacional, para entender dónde estamos y hacia dónde vamos en este nuevo momento de la disputa por el poder en México.

En una democracia, lo ideal siempre es la unidad nacional y no las divisiones o polarizaciones. Sin embargo, también hay que entender que la base del triunfo electoral es el antagonismo y las diferentes posiciones políticas y sociales son inevitables pero lo importante es que tengan cauces institucionales legales y no a través de canales de violencia armada o revuelta social, afortunadamente ya superados en México.

De ahí la importancia para unos y otros de la fortaleza o debilitamiento del Instituto Nacional Electoral (INE), como institución autónoma que organiza las elecciones y, por tanto, garante de la vida democrática nacional.

La gran marcha ciudadana del 13 de noviembre en la Ciudad de México y 50 ciudades del país e incluso en Madrid, frenó la iniciativa original de reforma electoral, evidenció una creciente fuerza social en contra del proyecto político de la 4T y llevó al Presidente Andrés Manuel López Obrador a convocar a su propia marcha el 27 del mismo mes en defensa de su proyecto de nación.

La disputa por el poder está en marcha y la adelantada sucesión presidencial arrecia esa confrontación política y amenaza con desbordar la vida nacional. De la participación civilizada de los diversos actores políticos y de la movilización ciudadana en las urnas depende el futuro de México.

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