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Constituir en las culturas a la ética como la bandera del cambio en bien de todos.


Previamente a las filosofías occidentales y orientales, se divulgaron nutridas conjeturas sobre las costumbres y normas que dirigieron o valoraron el comportamiento de las personas procurando atención a las relaciones humanas en una comunidad o sociedad. A ese concepto le conocemos desde hace 24 siglos y gracias a Aristóteles, como ética —que viene del griego «Ethos» y que significa «carácter» razonado como el modo de ser que se alcanza por actos, costumbres, hábitos y virtudes.


En ese entendido, la ética se divide en tres vías específicas y complementarias del conocimiento: la normativa, que responde al ¿qué y cómo hacer? y la contrariedad entre el «bien y el mal» constituyendo un código moral de la conducta, determinando qué aspiraciones son dignas y cuál es el sentido de la vida; la empírica-descriptiva, que analiza las consideraciones de los grupos humanos sobre sus acciones; y la filosófica-teórica, que escudriña temas como los fundamentos y la validez de los juicios equitativos, el origen, el desarrollo, el carácter histórico y las leyes que rigen a los cánones sociales.

Hace poco más de un siglo, en 1903, George Edward Moore publicó Principia Ethica, una obra que se considera como el libro que da nacimiento a la «Metaética» y cuyos argumentos fueron pioneros en el avance de la filosofía moral y que no responde a interrogantes como ¿qué es lo bueno? sino más bien a ¿qué hace una persona cuando habla acerca de lo «bueno»? Asimismo, estudia la naturaleza gnoseológica y lógica del lenguaje moral. Fue incorporada en la ética por los positivistas lógicos, quienes la consideraron una ciencia (por analogía con la metafísica) situada por encima de la ética normativa sin afectar las cuestiones del contenido del bien y el mal, de la forma en que la moral depende de las condiciones socio-históricas y de la significación que tiene la moralidad en la actividad vital de cada individuo, erigiéndose en una variedad de la lógica modal.


Cabe tener presente que los argumentos sociológicos, históricos y filosóficos de la ética están orgánicamente ligados a los temas que tienen relación directa con la elección por el hombre de su posición moral y de su línea práctica de conducta.


Con un enfoque ético-intelectual, tenemos el caso del escritor Jostein Gaarder, creador —entre otros libros— de «El Mundo de Sofía» en donde nos aproximó la historia de la filosofía de tal manera, que cautivó a poco mas de 26 millones de lectores, en la última década del siglo XX. En el libro, casi al final de las largas y reflexivas conversaciones filosóficas entre Sofía y Alberto —personajes centrales de la novela— se hace referencia a una significativa corriente filosófica del siglo pasado la «Ecofilosofía» que surgió ante los graves inconvenientes que generamos como especie al medio ambiente.


En el 2013, Gaarder nos volvió a sorprender con «La tierra de Ana. Una fábula sobre medioambiente y el clima de nuestro planeta» en donde utiliza el mismo género para abordar el delicado asunto del cambio climático y los desequilibrios que le generamos a la Tierra. La protagonista llamada Ana, es una adolescente que comprueba cómo nieva menos y, lo más inquietante, cómo algunos animales no se logran adaptar a los vertiginosos cambios de su entorno, dificultando su permanencia. La sensibilidad de Ana le ejerce un efecto reflexivo negativo al punto de sentir miedo por los efectos del actuar de la humanidad, que ha provocado un deterioro sin precedentes a la Tierra y a los ecosistemas.


Una noche «Ana» sueña viéndose a sí misma en el futuro, en un planeta dramáticamente diferente debido al cambio climático, y donde sus descendientes y el resto de los humanos viven en escenarios inextricables. Su inquietud la inspira a instituir una organización medioambiental que le llevará a implicarse más en la defensa del medio ambiente y a reflexionar sobre los entornos humanos, animales y del planeta.


Si se analiza el libro desde la didáctica, lo más seductor de Gaarder es que acopia —de forma novelada— varias de las primordiales cuestiones ambientales, exponiendo amenamente asuntos como las emisiones de CO2, las especies en peligro de extinción y los irresponsables impedimentos por cumplir el compromiso ambiental de la «Estrategia para la neutralidad climática de las Naciones Unidas» firmada en el 2007.


En ese documento, los objetivos específicos a los que se comprometieron fueron:


· Hacer una valoración de las emisiones de gases de efecto invernadero de los organismos del sistema de las Naciones Unidas de acuerdo a parámetros aceptados a nivel internacional;

· Esforzarse en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero;

· Analizar las implicaciones en cuanto a costos y explorar las modalidades presupuestarias para la adquisición de contrapartidas de las emisiones de carbono con vistas a alcanzar la deseada neutralidad climática.


En el empeño de mejorar la sostenibilidad ecológica, así como de responsabilizar a industriales y gobernantes corruptos, es necesario culturizarnos y pedirle a las Naciones Unidas que exija se cumplan a la brevedad las estrategias para la neutralidad climática y no solamente a valorar, esforzarse y analizar.

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