NOTA
Redacción ANCOP
Un estudio publicado en la revista Brain arrojó que, en promedio, adultos sanos tienen o tenemos un cerebro más caliente en general que por ejemplo la boca o las axilas. Concretamente, entre los voluntarios sanos tomados como control para el estudio, la temperatura cerebral osciló entre los 36 y los 41 grados, con 38.5 grados de media.
De forma breve se puede explicar que las neuronas y las células que las acompañan (llamadas glÃa) consumen una gran cantidad de energÃa y mantienen una alta actividad mitocondrial. Debe saberse que nuestra temperatura corporal depende casi exclusivamente de la actividad de los orgánulos que producen la energÃa en nuestras células: las mitocondrias. Y bueno, pese a suponer tan solo 2% del peso de una persona adulta, el cerebro acapara el 20% de toda la energÃa que consumimos a lo largo del dÃa. En recién nacidos puede subir hasta el 80%.
En este estudio se ha comprobado que la temperatura corporal y la del cerebro fluctúan a lo largo del dÃa. La temperatura cerebral es mayor durante la mañana, decae a lo largo de la tarde y alcanza sus mÃnimos durante la noche. Las fluctuaciones dependen de las actividades que estemos realizando, como sucede con los músculos en el cuerpo que a mayor ejercicio mayor temperatura y más consumo de energÃa. Las zonas del cerebro que más variación presentan son las más profundas, incluyendo aquellas donde reside la memoria, como el hipotálamo.
Quienes han sido vÃctimas de traumatismos cerebrales, de acuerdo con el estudio, pierden parte de esta capacidad de fluctuación en la temperatura. Esto se ha relacionado con un aumento en el riesgo de muerte, posiblemente por disfunciones de la actividad mitocondrial.
Y las mujeres tienen el cerebro más caliente, sobre todo dependiendo de los ciclos hormonales, mientras que las personas mayores tienen partes más calientes de su cerebro, como las de la memoria, mientras que otras zonas son más frÃas, quizá debido a situaciones de circulación menor derivado de la edad. Estos estudios de temperatura del cerebro
resultan de gran valor para las posibilidades de diagnósticos, sobre todo en enfermedades neurodegenerativas como Alzheimer o Párkinson.
El estudio (en inglés) puede leerse en: https://doi.org/10.1093/brain/awab466