Miguel Tirado Rasso
Como se había denunciado, el presidente
López Obrador se mantuvo enrolado
en el proceso electoral, sabedor de que
su aceptación popular influiría para atraer
votos para Morena y sus candidatos.
Una vez más el tsunami electoral de la “izquierda,” ahora en su carácter oficialista, avasalló a una desconcertada oposición en la jornada electoral más grande y compleja de nuestra historia. La elección del pasado dos de junio, no dejó de sorprender a propios y extraños, por los márgenes de ventaja entre ganadores y perdedores, con todo y que las encuestadoras habían jugado su papel, advirtiendo, casi desde el inicio del proceso comicial, diferencias mayúsculas, que no a todos convencían.
Todavía unos días antes de la fecha de la jornada electoral, en un programa televisivo, cuatro de las encuestadoras más respetables abundaban en explicaciones para justificar sus números, que el conductor del programa cuestionaba, atribuyendo al voto oculto la posibilidad de un diferencial respecto de los resultados. El caso es que, los estudios demoscópicos, los que daban amplia ventaja a los candidatos de Morena para la Presidencia del país, para la mayoría de las gubernaturas en juego y para la jefatura de Gobierno de la CDMX, coincidieron, o casi, con los números finales.
Como ya es costumbre, en algunos casos, los perdedores se anticiparon al informe oficial de resultados, declarándose ganadores, aunque más tarde tendrían que reconocer su triste realidad. En estos casos, sobre todo cuando las diferencias son de más de dos dígitos, los aspirantes deberían contener sus ánimos y no dejarse llevar por los “otros datos” que les dan sus equipos de campaña, suponemos que, de buena fe, aunque sin ningún sentido, pues solo exhiben y perjudican la imagen del aspirante derrotado.
Como se había denunciado, el presidente López Obrador se mantuvo enrolado en el proceso electoral, sabedor de que su aceptación popular influiría para atraer votos para Morena y sus candidatos. Su intervencionismo en favor de sus candidatos, funcionó y la avalancha morena acabó con la ilusión de una oposición que pretendía ser sólida, unida y creciente. Ni en el peor escenario, la marea rosa imaginó tan brutal derrota.
La mañanera cumplió con la función de fijar agenda, imponer los temas sin desatender el desarrollo del proceso electoral. Las menciones a los candidatos, a las campañas, a los programas sociales y el golpeteo incesante a la oposición, en general, y a sus candidatos, en particular, lograron su efecto, ante la mirada complaciente de la autoridad.
Aunque el desempeño de su campaña hubiera sido excepcional y el de la oposición poco brillante, no hay manera de entender una diferencia favorable para Claudia Sheinbaum sobre el doble de los votos obtenidos por la candidata Xóchitl Gálvez, sin el intervencionismo presidencial. Si bien, no estuvo en la boleta, el Ejecutivo planteó la elección como un plebiscito, según su afirmación, de la Cuarta Transformación. Una consulta para la aprobación o rechazo de su propuesta de gobierno para acabar con “un pasado de privilegios y corrupción.” Del presente, ni voltear a ver.
No obstante el respaldo popular, hay casos que llaman la atención, como el triunfo de la cuestionada candidata al gobierno de Veracruz, Rocío Nahle. A pesar de las numerosas denuncias por inconsistencia en sus declaraciones patrimoniales y los varios bienes inmuebles que se le atribuyen, la ex secretaria de Energía apabulló a su contrincante por una diferencia de casi 2 a 1(58.3% vs 31.9 %), aunque las encuestas, de pocos días antes de la elección, registraban diferencias de no más de 4 puntos (Demoscopía Digital, Electoralia, Algoritmo).
Lo que no se esperaba o, al menos, no con márgenes tan amplios, alrededor de 12 puntos, era el triunfo de la candidata de Morena al gobierno de la CDMX, Clara Brugada sobre Santiago Taboada. También llamó la atención la derrota del PAN en Yucatán, cuando su candidato a gobernador, Renán Alberto Barrera, se había mantenido arriba en las encuestas superando al neo morenista y ex panista, Joaquín Jesús Díaz, durante prácticamente toda la campaña.
En la elección de Morelos, la ex morenista, Lucy Meza, incorporada a la Coalición PAN, PRI y PRD como su candidata a la gubernatura, aparecía con cierta ventaja y, sin embargo, la morenista, Margarita González, acabaría derrotándola por 15 puntos. Tampoco la percepción de una votación histórica resultó real, pues a pesar de las largas filas de votantes que pudimos apreciar, resultó que ahora votaron menos personas que hace seis años.
Al mejor estilo del PRI del carro completo de los años sesenta, Morena ganó las elecciones para gobernador en Tabasco con una cómoda ventaja de 81 por ciento de votos a su favor y, en Chiapas, con 82 puntos porcentuales de la votación. En este estado y en Guerrero, Tamaulipas, Durango y Oaxaca reaparecieron las casillas zapato. Aquéllas, en las que no había contemplación para la oposición y el 100 por ciento de los votos se los llevaba el partido tricolor. Ahora, fueron para Morena. También se detectaron otras viejas prácticas como la de las urnas con más votos que votantes.
La oposición sólo pudo ganar dos de las nueve gubernaturas en juego. En Guanajuato y Jalisco, el PAN y Movimiento Ciudadano, respectivamente, conservaron sus gubernaturas. Al finalizar este casi sexenio, Morena gobernará en 23 estados, el PAN en cuatro, el PRI y MC en dos, cada uno, y el PVEM en uno.
Así, el mapa político del país cuando inicie el nuevo gobierno.
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