Miguel Tirado Rasso
El riesgo es que pareciera que su férrea
decisión de alejarse de la política,
cuando termine su mandato, tiene matices.
Decidido a no correr los riesgos de la elección federal de 2021, en la que, para sorpresa de muchos, la oposición había escalado en su posicionamiento político con triunfos electorales que le permitieron quitarle a Morena la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y 9 alcaldías en la CDMX, el jefe del Ejecutivo decidió tomar las riendas de la sucesión presidencial, conducir el proceso electoral y manejar la elección a manera de plebiscito: continuar el proyecto de la Cuarta Transformación o volver a los gobiernos neoliberales. Y funcionó.
Morena no solo logró recuperar lo perdido en 2021, sino que aumentó su control político en el país. Retomó, de nueva cuenta, la mayoría calificada en la cámara baja, quedando a un paso (dos escaños) de lograrla también en la de Senadores. Retuvo seis estados que ya gobernaba, además de agregar uno más (Yucatán) a su haber, con lo que ahora gobierna en 23 entidades. En la CDMX repitió los números de la elección de 2018, volviendo a controlar 11 alcaldías de las 16 de la capital y, mediante triquiñuelas busca conformar, en el congreso local, una mayoría que los votos no les dieron.
En la elección presidencial, Claudia Sheinbaum logró una aplastante victoria con 35.9 millones de votos a su favor (59.75 por ciento de la votación), el mayor número de sufragios obtenidos por un candidato presidencial en nuestro país, además de una cómoda ventaja sobre su rival, Xóchitl Gálvez, de poco más de 32 puntos. Toda una hazaña para la primera presidenta de México.
La avalancha de sufragios favorecedores a los candidatos de Morena, inesperada, al menos en la magnitud en que se dio, podría explicarse, entre otros factores, por el éxito de la retórica polarizante y agresiva de Palacio Nacional. La que, a diario, durante más de cinco años, descalificó a quienes no coincidían con la política del gobierno, tildándolos de traidores, conservadores y corruptos, que, al parecer, a muchos convenció.
La popularidad del presidente López Obrador, tras los resultados de la elección, se mantiene en altos niveles y su poder, lejos de menguar, se ve fortalecido. El jefe del Ejecutivo ejercerá el mando hasta el último minuto de su período y, no pierde oportunidad para demostrarlo. Así como estuvo muy activo en el proceso electoral, lo veremos diligente en la fase de transición, porque, en su estilo, no quiere que nada se salga del guin que él ha diseñado para el cambio de gobierno, aunque esta sea una tarea que ya no le corresponda.
Por las señales que manda, la transición no será sencilla. El presidente no está dispuesto a dejar pendientes las rencillas que tiene con el Poder Judicial y, en particular, con la presidenta de la SCJN, la ministra Norma Piña. Aunque este tema genere inquietud en el mundo financiero y entre los inversionistas. Peor aún, aunque esto le pueda causar a su sucesora un complicado y muy delicado inicio de gobierno.
Las primeras señales encontradas, entre la virtual presidenta electa y el mandatario actual, se dieron con motivo de la aprobación de las reformas constitucionales del 5 de febrero. En particular, la reforma judicial. Con las mayorías alcanzadas por Morena y sus aliados en el Congreso y otros legisladores más que se sumen “convencidos”, el presidente López Obrador quiere que, en el mes de septiembre, se aprueben algunas. Desde luego, la judicial lleva mano.
Aquí es en donde habrían aparecido diferencias de criterio en cuanto a los tiempos para su aprobación. Mientras que el Presidente demanda acelerar el proceso, aunque no le toquen ya sus consecuencias, la sucesora, que es quien ha de enfrentar sus efectos, estaría por administrar los tiempos. Para tratar el tema, los funcionarios se reunieron el lunes pasado, acordando que la reforma se analice, en parlamento abierto, por especialistas, colegios de abogados y miembros del poder Judicial y se vote en septiembre.
No queda claro cuál sea el destino de esta reforma, pero si sigue el esquema de trabajo que, durante cinco años predominó entre los legisladores morenistas de no cambiarle ni una coma a las reformas de Palacio, con todo y parlamento abierto, la suerte de esta reforma está echada.
Va a ser muy complicado para la futura presidenta electa conciliar con los intereses de su mentor, que no se ve dispuesto a ceder un milímetro de poder en la transición. Y, después, quizás tampoco. El riesgo es que pareciera que su férrea decisión de alejarse de la política cuando termine su mandato, tiene matices. “Solo atendería yo un llamado de mi presidenta, también haciendo uso de mi derecho a disentir toda la vida,” ha declarado.
Vaya amenaza.
Junio 6 de 2024
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