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El Libro Blanco de la Ciencia Ciudadana en Europa la define como “la participación del público en general en actividades de investigación científica ya sea con su esfuerzo intelectual, con el conocimiento de su entorno o aportando sus propias herramientas y recursos”.
Hay proyectos de ciencia ciudadana para todos los gustos. Si eres de los que le gustan los animales, ya seas de los que les gustan las ranas, los mamíferos, las serpientes, los animales marinos..., tienes multitud de posibilidades. El eBirds, por ejemplo, recoge tal cantidad de datos que casi puede ofrecer un mapa de migraciones de aves en tiempo real. También puedes participar en el Citizen Science Soil Collection Program, en el que tomas muestras de tu suelo y lo comparas con el de otros lugares.
¿Y el agua? Conocer por dónde corre tras una inundación o una riada es esencial para afinar los modelos hidrológicos. O si no te gusta salir a pasear, puedes dejar que tu teléfono móvil contribuya a la física de altas energías dejando que se convierta en un detector pasivo de rayos cósmicos. Y no digamos de la importancia de tener datos reales de la concentración de gas radón en las casas, fotografiar zonas de agua estancada para ayudar a documentar cómo se extienden las enfermedades transmitidas por mosquitos.
Otros proyectos tienen su misterio, como resolver cuestiones como por qué las caras de los peruanos se parecen tanto a las de los tibetanos: FaceTopo registra y compara una gran variedad de rostros de todo el mundo.
Una disciplina antigua pero moderna.
Aunque muchos tilden a la ciencia ciudadana de novedosa y revolucionaria, no lo es tanto. De hecho, uno de los primeros proyectos de ciencia ciudadana lo tenemos en China: allí las langostas migratorias han destruido las cosechas y desde hace 2000 años los agricultores se han dedicado a compartir su conocimiento para rastrear sus movimientos. Además, hay disciplinas científicas que llevan mucho tiempo beneficiándose de la ayuda de la gente corriente.
Por ejemplo, los astrónomos aficionados llevan muchas décadas haciendo aportaciones fundamentales al estudio de las estrellas variables irregulares, aquellas que cambian su luminosidad sin seguir un patrón específico.
Otro campo es el estudio del mundo natural: ejércitos de naturalistas aficionados en todos los campos -botánica, entomología, ornitología...- llevan más de un siglo observando, organizándose en asociaciones amateur y realizando estudios que incluso llegan a publicarse en revistas científicas.
Es en esta disciplina, más concretamente en la ornitología, donde aparece el precursor de lo que son los proyectos modernos de ciencia ciudadana, el Christmas Bird Count. Se inició en diciembre de 1900 gracias al empeño del ornitólogo Frank Chapman y desde entonces se lleva realizando por Navidad: los voluntarios miran al cielo siguiendo unas rutas predeterminadas y van contando los pájaros que ven en el cielo.
Buscando señales extraterrestres.
Pero la ciencia ciudadana empezó a cobrar sentido a finales del siglo XX, con la irrupción del mundo digital. ¿Quién no recuerda el famoso SETI@home? Lanzado en 1999, cedías tu ordenador mientras no lo utilizabas para que un programa buscara señales de civilizaciones extraterrestres ocultas en los registros de las observaciones radioastronómicas realizadas en diferentes telescopios del mundo: es la llamada computación distribuida.
Desde aquel momento las líneas de investigación que exigen complicados cálculos computacionales, como los estudios sobre fusión nuclear o del plegamiento de proteínas, se subieron al carro. Por supuesto no se puede negar que para los investigadores era una forma de ahorrar dinero: mejor dar las gracias a voluntarios aficionados a la ciencia que pagar por tiempo de cálculo en supercomputadores...
Con la llegada del siglo XXI los investigadores descubrieron que los ciudadanos podían hacer bastante más que regalarles tiempo de su ordenador; también podían hacer cosas, sobre todo en aquellos campos donde se necesitan gran cantidad de datos, como los estudios ecológicos y medioambientales.
La situación es simple. De forma natural con nuestro smartphone tomamos una foto durante nuestras vacaciones, e inmediata y automáticamente podemos geolocalizarla y compartirla en nuestras redes sociales. Así que, ¿por qué no hacer lo mismo con las nubes, los pájaros, la contaminación en los ríos...?
Es por eso que las agencias de protección ambiental de EE. UU. y Escocia han incorporado la ciencia ciudadana de forma rutinaria a sus programas. Para no quedarse atrás la Unión Europea ha invertido más de 80.000 millones de euros en financiar líneas de investigación de ciencia ciudadana. Es la moda científica del momento.
Luchar contra el tedio: la ciencia no es divertida.
Uno de los problemas más importantes con los que se enfrenta la ciencia ciudadana es la veleidad propia del ser humano: empiezas con muchas ganas, pero al poco tiempo tu atención se desvía a otro tema; no somos muy constantes y solemos aburrirnos con facilidad, sobretodo si la tarea consiste en realizar una serie de acciones repetitivas y rutinarias.
Y eso es algo inevitable en el mundo de la investigación. Por mucho que se diga que la ciencia es divertida, en realidad no lo es: exige esfuerzo y una dedicación constante. Es por eso que en la plataforma de proyectos de ciencia ciudadana Scistarter, que recoge un listado de más de 1 500, la mayoría de ellos duermen el sueño de los justos.
Como dice Muki Haklay, un geógrafo del University College de Londres: "se puede conseguir que muchas personas inviertan un poco de esfuerzo o que muy pocas lleguen a un compromiso profundo e intenso, pero no se puede lograr que todos lo hagan todo el tiempo".
Una forma de resolver este problema es incentivar al voluntario, y por eso está de moda adoptar aquellas técnicas que introdujeron los primeros diseñadores de juegos de ordenador, como un programa de recompensas o un listado de récords, que están destinadas únicamente a mantenerte pegado al juego: es lo que se llama gamificación.
Y es que, como dice Steffen Fritz, especialista en observación de la Tierra y ciencia ciudadana en el Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA) en Laxenburg (Austria), algunas personas se sienten atraídas porque quieren contribuir a la ciencia, otros se involucran por la posibilidad de aparecer como coautor de un artículo científico y finalmente los hay que participan por la posibilidad de ganar cupones para Amazon. Pero fidelizar usando recursos del gaming tiene su inconveniente. Como señaló un informe publicado ya en 2008 por el Servicio de Parques Nacionales de los EEUU, los voluntarios pueden mentir para conseguir ese cupón de Amazon.
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