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Promover el proceder ético y el compromiso social en bien común

Por: Fernando Silva

En la década de los años cincuenta del siglo XX, la juventud airada y abrumada en sus propias galimatías —por su paso a la madurez y/o por la pérdida de seres queridos en la segunda guerra mundial— establecerían la ruta ideológica a una nueva generación, la de los años sesenta, que en destacado número se mostró dispuesta a enfrentarse a toda representación de corrompida autoridad y a lanzarse a las calles con la intención de contrarrestar al poder establecido por las hipócritas reglas de la decadente burguesía, fundando de esta manera lo que se reconocería como la primera revolución juvenil de la historia moderna. Un movimiento que tras la instauración de las escuelas públicas, no encabezarían las jerarquías de autoridad, sino los hijos ilustrados y profesionistas de los obreros y de las clases medias que lucharon por un sinnúmero de causas sociales. Tal proceder constituyó una fase caracterizada por profundas transformaciones en las dinámicas sociales, culturales y políticas en buena parte del mundo.


Los movimiento sociales que detonaron en los sesentas —por motivos diferentes alrededor del mundo— se entienden a razón de que constaba una inconformidad que se podía entender por la articulación de las revoluciones como: la china, la cultural y la cubana, así como por la ofensiva del Tet en Vietnam, que despertó un desdén y una abierta animadversión hacia el imperialismo norteamericano, además del importante apoyo de intelectuales, autores de las artes mayores, historiadores, académicos y estudiosos de las ciencias sociales, dando lugar a un cúmulo de prácticas con una narrativa discursiva que permitió desplegar corrientes del pensamiento que cuestionaron la supuesta «base natural» de las nociones y los retrógrados conceptos del conservadurismo, independientemente de los condicionamientos históricos, económicos y culturales que la producen en cualquier proceso de cambio social, entre los que se incluyen las de género, la etnia, la preferencia sexo-afectiva, el respeto a los derechos humanos, la paz, la libertad y el no a la guerra en Vietnam que se encuadró bajo el eslogan antimilitar «Haz el amor, no la guerra» de la contracultura de ese momento.


Tales planteamientos aportaron a la teoría más influyente de la sociología contemporánea «La Construcción Social» que se posibilitara el ver a cualquier persona como activo y capaz de transformar, deconstruir y de significar las definiciones sobre los derechos humanos y, sobre todo, hacia aquello que se tiene que hacer en conformidad con la razón, la ética y la moral de cada sociedad que está establecida en principios que rigen el sano pensamiento y la conducta en bien común. Tener presente que el concepto de «ideología» se transformó en la esencia metódica razonada de las investigaciones sociales y culturales en la década de los setenta, lo que facultó el comprender el conjunto de modos de vida, conocimientos y el grado de desarrollo artístico, científico, industrial y económico de esa época, lo que transfirió —como consecuencia— que las sociedades dejaran de ser vistas como espacios de lucha por el control de los significados para ser consideradas como «objeto» de estudio, de modo positivista.


Entonces, la cuestión está en la democracia representativa, a prima facie, ese extenso proceso que está en el curso de la historia a través del cual buena parte de la humanidad trata de liberarse de las contradicciones especificas de las graves ataduras mentales, dogmas y las limitaciones de conocimientos que bloquean el racional juicio crítico, político y económico. Intrínsecamente, un sistema político de tal magnitud, reconoce y respeta como valores esenciales la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley, lo que puede implicar —frente a las innovaciones y los cambios substanciales de toda sociedad que se transforma— discrepancias, cismas, discordias, posturas inflexibles y manteniendo juicios como verdades inconcusas por parte de quienes optan por un «orden social» como el conservadurismo. De esta manera, cualquier hipótesis de las ideologías se basa en la historia de la construcción social y de las luchas de clases que en ellas se desarrollan. En ese sentido, lo que para algunos es una ideología con objetivos particulares para otros serán intereses de grupo.


Por lo tanto, la libertad, la igualdad y la fraternidad no son ocurrencias especulativas, ya que son requerimientos imprescindibles de la creciente conciencia y dignidad humana. Es el Talón de Aquiles del modelo político y económico neoliberal, que por décadas ha reducido al mínimo la intervención de los gobiernos en detrimento de los países en vías de progreso y, por ende, de la mayoría de sus ciudadanos. Al extremo que muchos países somos exportadores de mano de obra barata en lugar de productores de suministros industriales y de servicios de todo tipo, también de «fuga de cerebros» por falta de oportunidades. Así lo señaló el Banco Mundial, cuando afirmó que las remesas de los emigrantes han superado en importancia al endeudamiento privado como fuente de financiamiento para países pobres y en eterno desarrollo. Si no fuera por los millones de dólares y/o euros anuales provenientes de las remesas sería imposible —para buena cantidad de naciones— mantener su estabilidad micro y macroeconómica; además, bajo esta brutal circunstancia tales divisas sólo han contenido una mayor agudización de la ya de por sí difícil situación social que viven millones de seres humanos en el mundo, y todo por un minúsculo grupo de despreciables mortales que se autodenominan la élite global del mercado económico.


Esa es la naturaleza de la inmoral crisis mundial inducida por el insensible y excluyente modelo socioeconómico —el Neoliberalismo— surgido a partir de la segunda guerra mundial, y que aún enfatiza los beneficios del capital, pero no el de la inversión productiva en subvención de los gobiernos, como tampoco basado en una ética tributaria en función del bien de la humanidad; y no se diga en los salarios, a pesar de que son el sístole y el diástole del mercado interno de cualquier nación y de su desarrollo humano. Obviamente, es saludable que el dinero con que se retribuye a los trabajadores sea fijado por la oferta y la demanda, teniendo en cuenta la objetividad de un valor mínimo de sostenimiento por debajo del cual no deben descender los salarios, ya que ponen en mayor riesgo la dinámica social, la estabilidad y el crecimiento de los países, no se diga la calidad de vida de las personas.


Apreciado lector, habrá que redefinir el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento social y de la cultura a la que cada uno somos parte, en favor de fortalecer las que defienden la dignidad, el respeto y los derechos de todo ser humano.

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