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Mejor, laboratorios de ideas en bien de la humanidad


Desde hace décadas ha prevalecido un extendido acuerdo entre científicos de todo el orbe sobre el peligroso y constante aumento de la temperatura en la atmósfera, pero al mismo tiempo, imperan arbitrarios industriales que se ven apoyados por algunas organizaciones conocidas como Think Tank o «laboratorio de ideas» que en complicidad, argumentan que no existe tal cosa del cambio climático, asegurando que es tan sólo producto de procesos naturales que nada tienen que ver con la actividad humana. Con esa lamentable afirmación, generan campañas de publicidad y de cabildeo destinadas a impedir políticas de regulación ambiental gastando millones de dólares para evitar, paradójicamente, el daño que investigadores, académicos, ecologistas y asociaciones que defienden a la naturaleza y al medio ambiente, le hacen a las economías de irresponsables empresarios, cuyos procesos de producción en sus productos son altamente contaminantes.


Es tan significativa la participación de las Think Tanks que han logrado intervenir en acuerdos y diseños de políticas públicas en sanidad, educación, cultura, derecho, economía, seguridad, defensa militar, medio ambiente, recursos naturales, energía y relaciones internacionales, constituyendo un medio adicional para numerosos gobiernos en gestión. Su concepción se produjo en la Segunda Guerra Mundial, de hecho, los primeros «laboratorios de ideas» comenzaron en los Estados Unidos de Norteamérica como espacios invulnerables para emprender la planificación y elaboración de estrategias bélicas durante el conflicto militar que se desarrolló entre 1939 y 1945, en la «justificación» de que toda perturbación hacia cualquier pueblo o país requiere de arquetipos para subyugar hasta con mortales tácticas castrenses. Con ello se asumen en el derecho de persuadir cultural y políticamente a la gente de esos territorios e incluso atribuirse «legalmente» sus tierras una vez que finalizan su planeado conflicto militar.


Muchos Think Tanks —que tienen ingresos multimillonarios— desarrollan fuerte vínculo con el ámbito militar, para optimizar las estrategias antes, durante y después de cada guerra que consideran operable, más, si resulta beneficiosa a la codicia de las grandes potencias. De ahí el que nueve de cada diez de estas organizaciones se establecieran a partir de la década de los cincuenta del siglo XX, justo después de la mentada guerra.


En ese sentido, la política exterior de innumerables países consiste en el acoplamiento de concepciones en torno a las cuales se movilizan una serie de recursos tangibles e intangibles, por lo que indagar sobre los perversos planes de las «geopolíticas de las ideas» es un elemento condicional frente al análisis de las inescrutables capacidades militares o económicas de ambiciosos gobernantes e industriales, por ende, estos mortales que se van formando en ese entorno —de la guerra— asumen connaturalmente el desprecio por la vida humana, la Ley del más fuerte como criterio social y la corrupción como su estilo de vida, impeliendo así un letal círculo vicioso que tiende a reproducir las violentas luchas armadas, que invariablemente pueden dar lugar a actos inhumanos o hasta el exterminio de la humanidad y de los ecosistemas.


Evidentemente, después de la segunda guerra mundial no todo fue inmoral, ya que resurgieron personas como Liliane y André Bettencourt que, a pesar de su pasado políticamente inconveniente, construyeron la Bettencourt Schueller Foundation, misma que asume en su sitio en Internet un presupuesto anual de 160 millones de euros, entregando aproximadamente el 55 por ciento de sus fondos a la educación científica y de investigación, el 33 por ciento a proyectos humanitarios y sociales y el 12 por ciento a la cultura y las bellas artes. Como un ejemplo de este compromiso social tenemos que en el 2015 presentaron el impactante proyecto cinematográfico Human de la GoodPlanet Foundation, dirigida por el cineasta y artista Yann Arthus-Bertrand, que al hacerse preguntas como: ¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿Qué amamos, qué luchamos, qué reímos y qué lloramos? ¿Es nuestra curiosidad? ¿Es la búsqueda de descubrimientos? Pasó tres años recogiendo dramáticas historias de dos mil mujeres y hombres en sesenta países.


Trabajando con un equipo de traductores, periodistas y camarógrafos, Yann nos brinda revelaciones tan personales y profundas que atañen a todo ser humano como las guerras, la lucha contra la pobreza, la homofobia y el futuro de nuestro planeta, todo ello en una combinación de impactantes planos aéreos de nuestra madre Tierra, lo que en conjunto nos provoca momentos de gran reflexión, sensibilización, paz, conciencia, dolor, respeto, armonía, afecto, tristeza y felicidad.


El documental es una introspección sobre «Ser Humano» en lo individual y en lo social, a través de las conflagraciones, las divergencias y las desigualdades que nos confrontan con las realidades de los entrevistados, así como comprender la gran complejidad que representa la condición humana. Más allá del lado oscuro, los testimonios muestran también la empatía y la solidaridad que, si queremos, podemos fácilmente otorgar.


Entendamos que así como somos capaces de matar, también, somos capaces de brindar afecto e idear maneras de vivir en donde no haya guerras ni corrupción ¿Pensamiento quimérico? Quizás, pero, al menos es una cavilación en bien común.

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