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Los tratamientos contra la COVID-19

Por Carol Perelman

@carol_perelman


Esta semana tuvimos noticias importantes en el frente de los tratamientos contra COVID-19.


Noticias excelentes y urgentes. Y es que sin duda necesitamos ambos frentes: seguir con la prevención al aplicar las maravillosas vacunas con las que se han evitado miles de muertes más y con las que brazo a brazo terminaremos con la pandemia, pero debido a que ninguna medida es 100 por ciento efectiva, razón por la cual debemos hacer varias a la vez para disminuir nuestro riesgo de contagios, es también urgente y necesario tener tratamientos para ayudar a quienes enferman de COVID-19. Requerimos prevenir, pero también curar.


Desde el inicio de la pandemia se trató de reposicionar medicamentos que ya teníamos en el botiquín para aliviar a las personas con COVID-19. Recordemos, en los primeros meses, las compras de pánico por la hidroxicloroquina, que al poco tiempo demostró no tener beneficios para resolver la enfermedad pero sí provocó que personas que la necesitaban para tratar enfermedades como lupus no la encontraran por ningún lado.


O casos como los de la polémica ivermectina, que sí interrumpe la replicación del virus en cultivos de laboratorio, in vitro, pero que requeriría dosis tóxicas para funcionar de la misma forma en humanos, razón por la cual los estudios clínicos en torno a ella han demostrado que es inocua frente a COVID-19, pero ha causado daño en algunas personas que, víctimas de la desinformación, se automedican con el antiparasitario.


Nadie niega que hubiera sido ideal que algún medicamento ya conocido por todos y disponible en las farmacias de todo el mundo sirviera ante la crisis mundial. Así como durante la epidemia de Influenza en 2009 se reposicionó el Tamiflu y, junto con la vacunación y las estrategias no medicamentosas, como el aislamiento, se detuvo la progresión del virus.


Pero hasta ahora, y a tantos meses de pandemia, sólo se ha reposicionado la dexametasona, una cortisona autorizada para uso en pacientes con COVID-19 grave o severo y que se recomienda suministrar bajo supervisión médica porque podría complicar casos y ser contraproducente si se receta en las etapas tempranas de la enfermedad. Ojo con eso.


Pero el mensaje central es que los científicos tuvieron que emprender la búsqueda de moléculas nuevas, aún no conocidas y quizás nunca antes sintetizadas, para servir de antivirales porque los que teníamos no pudimos usarlos. No servían contra este nuevo coronavirus. Había que desarrollarlas.


Por eso tuvimos antes las vacunas. La producción de vacunas usó plataformas ya conocidas y desarrolladas y su agilidad para responder a la emergencia fue evidente. Reorientaron sus esfuerzos con gran asertividad.


Sin embargo, en el diseño de nuevos medicamentos el tiempo ha sido mayor, la espera más larga, pero al parecer estamos ya por tenerlas a la luz. Había que encontrar la molécula correcta, verificar que fuera estable, demostrar que no era dañina, hallar su dosis perfecta, definir la mejor vía de administración, analizar su interacción con el cuerpo humano y, entonces sí, ver si funciona en personas con COVID-19. Un proceso meticuloso y riguroso, pero que comienza a dar frutos.


Para comprender mejor los tratamientos, recordemos primero que la COVID-19 es una enfermedad que tiene dos etapas en su fase aguda. La primera es la viral y sucede al principio, cuando el virus está infectando las células y replicándose. En esta fase es necesario tener medicamentos antivirales, que bloqueen la entrada del virus a las células (como los anticuerpos monoclonales) o bien detener su multiplicación (como los antivirales análogos de nucleótidos).


En este sentido, para la etapa viral solamente tenemos al Remdesivir, de Gilead Sciences, que sin duda ha sido sumamente útil pero con la gran desventaja de que su administración es intravenosa. ¿Por qué desventaja? Porque es un medicamento que hay que dar los primeros días de la enfermedad, ya que su mecanismo de acción es bloquear la replicación del virus (engañando a la enzima copiadora con un análogo de nucleótido) durante la etapa viral y generalmente las personas esos días están en sus casas, no en un hospital donde les pudieran aplicar el antiviral por vía venosa.


Tenemos también el Regeneron, un coctel de anticuerpos monoclonales que se pegan al virus y bloquean su entrada a las células, pero con la misma limitante: es intravenoso. Claro que también está la restricción de su autorización en México, tema que evidentemente limita el acceso, y su alto costo.


Quedándonos en el análisis técnico, la gran restricción del Remdesivir y del Regeneron son su vía de administración: intravenosa en una etapa en que las personas no están en los centros hospitalarios. Por ello se han dado a personas de alto riesgo de contagio, o demasiado tarde, cuando las personas ya están en el hospital y el medicamento tiene poco que hacer.


La segunda etapa de la fase aguda de COVID-19, luego de la viral, es la inflamatoria, y sucede por la reacción violenta que tiene el sistema inmune en el cuerpo de algunas personas, frente a la invasión viral. En esta etapa podríamos ver el descenso en la oxigenación, causado primordialmente por la famosa “tormenta de citosinas”, y las complicaciones en aproximadamente 2 de cada 10 enfermos de COVID-19.


Es justo en esta etapa cuando podría usarse la dexametasona, medicamento antiinflamatorio de la familia de las cortisonas, que mereció a sus descubridores el Premio Nobel y comenzó a producirse en los años 50 por Merck.


Y la grandiosa noticia de esta semana es que, precisamente Merck, ha pedido la autorización para uso de emergencia a la agencia americana regulatoria sanitaria, la Food and Drug Administration (FDA), de sus cápsulas de Molnupiravir, luego de que demostró reducir en 50 por ciento el riesgo de hospitalización y de muerte por COVID-19 en sus estudios de fase 3. ¡Fantástico! Un antiviral cuya vía de administración es oral.


En su estudio clínico multicentro, en que México fue uno de los participantes, se encontró que este régimen de cuatro cápsulas dos veces al día durante cinco días, administrado justo cuando inician los síntomas de COVID-19, es decir durante le etapa viral, evita la complicación de los casos. La mayoría de los 775 voluntarios del estudio tenían alguna comorbilidad como obesidad, diabetes, problemas de corazón o ser mayores de 60 años, y además, en los casos en que se secuenció el virus, se encontró que el medicamento funcionó frente a las variantes Delta, Mu y Gamma.


Una noticia extraordinaria que acompaña la grandiosidad de que Merck está produciéndola aún sin tener la certeza sobre su autorización, con la idea de tener 1.7 millones de dosis, de aproximadamente cada régimen a 700 dólares por paciente, en cuanto quede autorizada.


Este antiviral funciona como los antivirales que diseñó en los años 50 Gerture Ellon, la química judía americana y ganadora del Premio Nobel por su creativo diseño usando análogos de nucleótidos para engañar a la enzima copiadora de virus, como el Aciclovir. Lo que hace es meter errores durante la replicación viral, haciendo un bulto molecular estorboso que, de alguna forma, “atasca” a la fotocopiadora.


Y por otro lado, AstraZeneca también en estos días aplicó para la autorización para uso de emergencia de su coctel de anticuerpos monoclonales, cuya posible ventaja es que funciona como tapones para bloquear la entrada de los virus a las células, pero que lo hace por aproximadamente 12 meses, siendo de larga duración. Esto sería un tratamiento profiláctico para personas con inmunosupresión y que no mostraron una respuesta inmunológica luego de las vacunas y para las cuales estos anticuerpos sintéticos podrían servir para evitar la infección.


En su fase3, el medicamento AZD7442, que combina el anticuerpo monoclonal tixagevimab con cilgamivab, mostró reducir en 77 por ciento el riesgo de tener COVID-19 sintomático en nueve mil voluntarios, la mayoría con alguna comorbilidad. Y respecto a las variantes, resultó proteger al menos frente a Mu y Delta.


Otros dos medicamentos que están en fases finales clínicas 2 y 3, pero aún no han terminado de estudiar sus productos, son de Pfizer, un antiviral oral que también interrumpe la replicación, con vía de administración oral, y de Roche, otro coctel de anticuerpos monoclonales, aún en estudio en pacientes hospitalizados, por ser de administración intravenosa.


Esperemos buenas noticias de la FDA a la propuesta de AstraZeneca, que ayudaría a reforzar la prevención en personas de alto riesgo y, sin duda, las cápsulas de Merck, que ayudarían a detener la progresión de COVID-19 en quienes se contagian.

Mientras tanto, y a pesar de ser autorizadas, debemos continuar la vacunación. Una acción no sustituye a la otra. Por el contrario, se complementan. Termino el texto como empecé: requerimos ambos frentes. Prevenir y minimizar riesgo de contagio con las vacunas, uso de cubrebocas, ventilación, distancia, pero también tener estrategias diversas y útiles para que los médicos ayuden a sus pacientes.

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