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Los pueblos originarios y las bellas artes en bien de la Madre Tierra


Por Fernando Silva.


Importantes regiones de vital diversidad biológica en la Tierra son habitadas por pueblos indígenas, que entre otros aspectos, cultivan —conocimiento y sabiduría— por ser espacios fascinantes y cósmicos. Pero en la medida en que estos territorios son invadidos, estas comunidades agonizan por el brutal impacto de las industrias que explotan los recursos naturales y por el ominoso daño que generan con sus desechos tóxicos al ecosistema, amenazando en consecuencia su identidad, sentido de pertenencia y cultura (tangible e intangible) además de engendrar escalofriantes catástrofes en las comunidades de todos los organismos multicelulares y de cualquier miembro del reino vegetal, cuyos procesos básicos están relacionados entre sí.


Los procesos de unificación de los pueblos indígenas en el sistema mundial promueven un desarrollo de prácticas de acción cultural, social y ecológica, en las cuales las diversas comunidades plantean ejercer el control sobre las fuerzas político-económicas que amenazan con aniquilarlos. De esta manera, los argumentos de transformación y los sistemas simbólicos se convierten en instrumentos de poder, permitiendo que el diálogo ordene las sanas relaciones, en un proceso que ha sido llamado «recontextualización». Mientras, gobernantes, políticos, empresarios y sociedades discuten e intentan comprender cómo aplicar el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) los pueblos originarios crean nuevos sentidos e interpretaciones de la tradición configurando antiguos géneros de discurso en bien de sus comunidades y de la Madre Tierra.


Desde hace algunos años se viene confirmando el marco jurídico internacional tendente a salvaguardar la diversidad cultural como patrimonio de la humanidad, acentuando la participación de la UNESCO, así como la adopción de la Declaración sobre la Diversidad Cultural y de la convención para la preservación y promoción de expresiones culturales en vigor. Paralelamente, la comunidad internacional ha iniciado el reconocimiento de los pueblos originarios como auténticos garantes y depositarios del principio que reconoce y legitima las diferencias culturales entre diversos grupos humanos, con una serie de principios y normas de titularidad variable y amplio contenido material orientados a su autonomía y preservación de su identidad diferenciada entre sus tradiciones y la protección del medio ambiente. La trascendencia de reconocernos como parte de un todo es lo que nos impulsará a familiarizarnos, discernir hábitos y atender las pautas de convivencia que en comunidad consideremos dignas de constituirse y mantenerse de generación en generación.


Los cambios ambientales originados por la acción humana han sido cuestionados desde hace mucho tiempo. En 1854, el jefe «Seattle» (líder de los pueblos nativos Suquamish y Duwamish en lo que ahora es el estado de Washington de los Estados Unidos de Norteamérica) envió una carta a Franklin Pierce en la que respondía sobre su petición de compra de tierras de su pueblo y sobre los cambios ecológicos imparables que estaba provocando el «hombre blanco» acciones que hoy en día siguen vigentes y siguen perjudicando a la Tierra y a la gente de esa región.


En esa capacidad que tenemos los seres humanos de formar ideas y representaciones de la realidad, al igual que las sabidurías tradicionales, las bellas artes son una fuente de comprensión del medio ambiente que permiten desvelar –mediante otras prácticas y procedimientos– aspectos de la realidad que escapan a las posibilidades y constreñimientos de gobernantes, empresas contaminantes y sociedades tapaderas de la corrupción que actúan en perjuicio de la naturaleza y, por ende, de la humanidad. De ahí que el establecimiento de en vínculo con los ecosistemas resulté fecundo como fuente de conocimiento, indagación y conciliación en contra de esa perversa realidad. En muchos modos, el lenguaje creativo se sitúa siempre en el límite de lo que puede ser dicho o pensado; no dentro del universo delimitado de pensamiento ni más allá de él, sino en un borde que permite ampliar la denuncia ética en bien de la Madre Tierra. El conocimiento del entorno como proceso artístico implica saber desarrollar hipótesis, estableciendo una tensión dialéctica entre tradición respetuosa y modernidad decadente, entre adaptación y provocación, como campo de experimentación para plantear soluciones o perspectivas en bien común. La intuición actuaría aquí como instrumento a la vez experimental (o sensible) y racional.


Precisamente por ello, debemos persistir con un equilibrio dinámico, no devastador de la naturaleza y de las ancestrales culturas de los pueblos originarios. Además, la anhelada armonía o sustentabilidad de nuestras interacciones con el medio natural debe tener como efecto el beneficio propio como especie y en consecuencia como individuos. En ese sentido y más específicamente, las prácticas artísticas tienen la cualidad de funcionar como laboratorios conceptuales para sistemas complejos, como una forma de manufactura y trasferencia de saber, teniendo como medio la experiencia sensible y estética, mediante el placer por lo bello y de sus cualidades simbólicas, sígnicas y epistemológicas, sus implicaciones prácticas e intelectuales, su carácter perceptivo, sensitivo y comunicativo, que dotan al hacedor de arte de una singularidad apropiada para ensayar posibilidades a favor del medio ambiente. Las bellas artes son, por definición, inquietas e interdisciplinarias, no ya en sus objetos sino en sus perspectivas y sentido de compromiso social, además, suelen experimentar en sus confines, la innovación de técnicas y propuestas para que pueda fluir el diálogo, con el propósito de examinar el potencial de los conceptos estéticos y animar valores como el sentido de la colectividad y la protección del medio ambiente.


La práctica artística proporciona suficientes bases para la reflexión sobre una variedad de asuntos fundamentales como la existencia, el conocimiento, la ética, la moral, la belleza, la mente, el lenguaje... que nos motivan a recapacitar y con ello garantizar que nuestra comprensión del empirismo sea correcto y comprensivo con la Madre Tierra y con todo ser viviente.

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