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Los creadores interpretan el actuar humano y lo subliman




Por Fernando Silva


Desde hace más de 30 mil años, se han ubicado evidencias de como el homo sapiens y el homo sapiens sapiens han recurrido a su inteligencia y destreza en las expresiones estéticas para representar su entorno, potenciar los sentidos, los significados y trasmitir emociones que precisan detenida observación y entendimiento sobre el propósito de lo que se destaca en una cueva, en una vasija o figura humana estilizada en piedra o barro; lo que se escribió en un laja, piel o madera; la ornamentación en un templo, en una pieza monumental o pirámide… al grado de permitirnos una interacción excepcional, estimulando de la mejor manera el pensamiento, el lenguaje, los sentimientos y las percepciones diferenciadas, brindándonos la oportunidad de reconocernos y ser capaces de determinar entre lo que nos gusta y lo que nos desagrada, pues las experiencias registradas, si bien pueden ser experimentadas de manera grupal, tienen un distintivo individual, ya sea como producto de la belleza de la pieza o por el efecto que hasta la fecha continúa provocando en toda aquella persona que tiene la voluntad, interés y oportunidad de disfrutarle. En este sentido, es posible comprobar que cada autor realiza su trabajo de manera auténtica e intransferible, ya que la establece y produce a partir de examinar atentamente, así como llevar a cabo con precisión, sensibilidad y estética lo previsto.


De tal manera, todo lo hasta ahora creado, son obras realizadas por seres capaces de percibir mientras piensan de una manera genuina y significativa, captando —en un sinnúmero de casos— las imágenes instantáneamente por efecto de que se agudiza la memoria eidética. Asimismo, quizá en el paleolítico, consideraban que dejar plasmada a alguna criatura adquirían poder sobre ella, como si hubiera un concepto mítico-místico de la cacería a través de la representación de esos hechos. En ese entendido, en el lenguaje de las artes mayores se reconocen tres principales grados de percepción: En el que se capta la atención, se puede describir e informar sobre la obra; en el que hay una observación reflexiva, se establecen analogías, como diría el escritor y semiólogo Umberto Eco «Es la visualización de una metáfora» y en el que hay una contemplación de la obra, cuando alguien se detiene lo necesario para observar la pieza y logra entablar un diálogo íntimo con el autor de la misma.


Por lo tanto, es recurrente advertir —en quien la valora— que en la contemplación se estima la obra y se le entiende reflexionando, estableciendo una relación estrecha, directa y profunda. En consecuencia, se da una relación íntima entre el lenguaje y los modos de pensamiento que se pueden establecer entre la expresión y la interpretación de una obra de arte mayor. En ambos casos, la conformación de cada sociedad, la educación y la formación de cada persona, permiten o no, comprender los elementos que exterioriza cada pieza, además de que pueda ser descifrada en pos del placer y el generoso desarrollo mental de la gente. Por ende, mediante las expresiones artísticas, se van construyendo contextos que hacen posible ver el modo en que se establece una interactividad en las relaciones personales como en las sociales para intercambiar significados y establecer un mejor diálogo en bien común.


Indudablemente, son amplias las discrepancias entre la creación estética y el pensamiento que genera quien adopta esa postura de creador, ya que toda persona versada en temas artístico-filosóficos inicia su labor cancelando el enfoque de la entrega y del éxtasis, característica tanto del autor de las artes mayores, como del que contempla lo bello; y a la inversa, la actitud de la entrega y del éxtasis cancela la filosófica o, cuando menos, la perjudica. No obstante, la consideración filosófica de la estética resulta problemática cuando ponemos en tela de juicio si es posible someterla a lo que se define como el límite de lo racional. Sobre el particular, lo «bello» para muchos les resulta un concepto subjetivo, ambiguo o ideológico y que depende más del espectador que del creador. Aún más, lo bello o la belleza, no son la única categoría a la percepción o apreciación, lo son también: lo feo, cursi, cómico, trágico, grotesco, sublime, horrendo, dramático... En consecuencia, el término «estética» es debatible por la subjetividad que conlleva; así como la sinonimia que algunos hacen de los conceptos «arte» y «belleza». Como referente, hace tan sólo un siglo surgió el dadaísmo —un movimiento intelectual, literario y estético vanguardista desarrollado entre el 1916 y 1925— creado con el fin de contrariar las artes, y el célebre artista Piero Manzoni, se caracterizó por una postura nihilista, anárquica e irracional, que ponía en cuestión todas las convenciones y mantenía una oposición violenta a las ideologías, al arte y la política tradicionales.


Entonces ¿qué es el arte y quién lo hace? El autor; el tipo de producto creado y los sujetos de recepción, en los dos sujetos se contienen tanto la vivencia como la experiencia estética. En esta relación es posible enunciar tres principios que sirven de fundamento al pensamiento estético. El primero lo establece Aristóteles en Ética a Nicómaco: «Todo arte tiene por objeto traer algo a la existencia, es decir, procura por medios técnicos y consideraciones teóricas que venga a ser alguna de las cosas que admiten tanto ser como no ser y cuyo principio está en lo que provoca y no en lo producido». El segundo principio lo encontramos en Nietzsche, formulado en la parte VI de La voluntad de poder como arte: «El arte es el mayor estimulante y misión de la vida, es la actividad metafísica de la vida». Aquí se establecen las premisas y los conceptos inherentes al pensamiento estético: instinto, fuerza, impulso y sentimiento de embriaguez y crueldad, estado de ánimo, perfección y cualidad de lo bello, juicio instintivo y eros en cuanto acuidad de los sentidos. El tercer principio lo tenemos en Kant. Cuando planteó el asunto de tal modo que abrió una nueva ruta del entendimiento con implicaciones en la estética y en la explicación, comprensión y conformación de la subjetividad «¿Sobre qué fundamento se apoya la referencia al objeto de lo que llamamos representaciones? [...] Si lo que nosotros llamamos representación fuese activo respecto al objeto, en el sentido en que se consideran las cosas divinas como prototipos de las cosas, entonces, una vez más, se comprendería la conformidad de nuestras representaciones con los objetos. Así, pues, por lo menos se entiende la posibilidad de un entendimiento productivo».


Como epílogo, las artes mayores y con ellas la estética, se ocupan de los aspectos más sublimes del ser humano. Esto se comprende al entender que se articulan cosmovisiones, describiendo modos concretos de inteligente proceder, formulando escenarios para la conspicua comprensión, articulando propuestas para mejores formas de vida y realizaciones, así como generando dignas opciones al sentido de la existencia. Por lo cual, los autores de las bellas artes realizamos, por excelencia, una función eminentemente psicológica trascendental, al fomentar el encuentro del hombre con su propia conciencia a partir de la dialéctica de la ausencia-presencia de lo bello en frecuente respeto hacia todo ser viviente.

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