Por: Fernando Silva
Cuando se dice que «Errar es humano» tiene una relación, muchas veces atenuada, sobre la imperfección de nuestros actos. Evidentemente, por lo observado en la historia de la humanidad, contamos con nutrida biblioteca de investigaciones y documentos que dan veraz testimonio sobre el particular, lo que nos lleva a controvertir el asunto proponiendo las razones, pruebas y fundamentos sobre ¿qué es humano? En consecuencia, al pretender aglutinar las innumerables respuestas a una pregunta tan fundamental, representa al parecer, una tarea metódicamente irrealizable o, quizás por lo menos, nos lleve más tiempo de lo calculado el ordenar por sus principios y causas que nos den validez universal y certeza objetiva, ya que lo «humano» es lo que pertenece a la humanidad y no sólo a lo moral y éticamente «bueno». Teniendo en cuenta que «lo bueno» tiene sus propias interrogantes, ya que el proceder de la mayoría —sino que de todos— hacen que nos enfrentemos a preguntas relacionadas con la genética, el medioambiente y hasta la creación del cosmos, como mecanismos que determinan la orientación de nuestras conductas tanto privadas como sociales.
La clasificación de las características distintivas del ser humano —como individuos conscientes— a través de la cual nos percibimos a sí mismos, no son aún lo suficientemente específicas como para comprenderse unívocamente; entendidos de que la conciencia está vinculada a la actividad mental de cada persona que atiende al saber pensando de manera atenta y detenida, tanto de su entorno como de sus pensamientos y actos. Entonces, lo propio de mujeres y hombres o, lo perteneciente a la especie ¿es lo humano? Tener presente que los adjetivos: Humano, humanitario, humanístico… tienen connotaciones diferentes para referirnos a la disposición para comprender y ayudar a los demás, sobre todo, cuando se habla de acciones que se realizan «por humanidad». Aquí, la polisemia del vocablo puede provocar mayores confusiones, ya que «humanidad» es también el género; igualmente, cuando utilizamos la palabra para referirnos al atributo que tiene sólo una connotación puramente descriptiva, como la que tiene un cierto significado ético-moral, como consecuencia de principios de altruismo, gratitud, cooperación y justicia, que obviamente no son el resultado de una escogencia personal, sino producto de la evolución humana en su coyuntura social.
Nuestra capacidad para la acción y efecto de aprender, para comunicarnos e interpretar lo que se nos presenta dotándolo de significados simbólicos, supone que nos debería permitir trascender las limitaciones impuestas por nuestra naturaleza y así alcanzar esa condición única, dúctil y adaptable de vislumbrar la diversidad de configuraciones socioculturales que emprendemos en el marco de una evolución —en la que se desarrolló una conciencia de orden superior— misma que es privativa de los seres humanos y en la que aparece la noción del «yo» en el sentido social y otras entidades que no son el «yo»; asimismo la memoria simbólica, en forma de múltiples lenguajes y nuestra capacidad modeladora de la «realidad» tanto espacial como temporal y los complejos procesos implicados en la toma de decisiones. Capacidad que resulta medular para construir modelos de la existencia —real y efectiva— permitiéndonos el manejo conceptual de tan singular circunstancia sin requerir la presencia de la «realidad» misma.
En ese sentido, el concepto de lo «real» no se circunscribe únicamente a cómo concebimos, pues gracias a nuestro entorno nos pensamos en el mundo y como parte del universo, así el significado de lo que tiene existencia objetiva, es la lente a través de la cual observamos nuestro ser vinculado a las percepciones y sensaciones, y no solamente a la forma de cómo las pensamos a través de una doble connotación: Ser el medio de reflexión y ser lo reflexionado. De esta forma un cambio en nuestra manera de comprender lo real implica una transformación en nuestro sentido de realidad y en el significado de lo que representa para cada quien. De ahí las discrepancias, los actos violentos, las desigualdades… por lo tanto, no hay error que no sea humano y no hay ser humano que no cometa errores.
Ahora que si por error entendemos un tipo de desviación, por lo tanto la naturaleza, los animales o las máquinas igualmente producen errores, pero si tomamos las acciones desacertadas —en el sentido de equivocación— sólo el ser humano comete errores. Por ende, si incurrimos en desaciertos, como una de las tantas debilidades del ser humano, tenemos indudablemente al identificarlas una de nuestras mejores fortalezas. Quizás una estrategia apropiada para evitar los desatinos no estaría situada tan sólo a los esfuerzos en no cometerlos, sino que debería estar orientada —de manera intensificada— a la presteza de detectarlos, reconocerlos y corregirlos con su correspondiente disculpa.
Lo inquietante es cuando alguien se muestra en desacuerdo a los hechos o circunstancias que genera, mismos que dificultan la consecución de alguna digna y justa solución, más, cuando agrega en su defensa que jamás comete errores. Si lo pensamos, probablemente buena parte de «los errores» están relacionados con la desviación de una intención, una expectación o un deseo, por lo tanto, un fracaso no sería necesariamente un error si no ha habido plan, o si el propósito se ejecutó adecuadamente pero no dio los resultados esperados por el mismo. En el primer caso (sin plan) se trata de una acción sin pensar adecuadamente, la cual puede arrojar cualquier resultado por efecto de una imprudencia, una reacción emotiva o incluso un hábito mal orientado, pero no de un error. En el segundo (el propósito) se trataría de un falla en el pensamiento que produjo la idea, en una falta de adaptación del mismo a un medio ambiente cambiante y a la transformación del método en sí mismo en lugar de ser medio para lograr los objetivos buscados, por lo que tampoco se trataría de un error.
En definitiva, la distinción fundamental para evitar errar —propia de la ética, la moral y los derechos humanos— no se puede poner en práctica si no se trasmite una adecuada y respetuosa calidad humana, por lo que nos quedaría apegarnos a las leyes de cada sociedad como preceptos dictados por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia que ordena los criterios de conducta, con la atenuante de que tiende a ocupar todo el lugar que se confía a los meritorios y humanos valores sociales. De esta manera, será mejor una vez más, hacer conciencia en bien común y de todo ser viviente.
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