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La singular odisea del Vanadio mexicano

Por Carol Perelman

@carol_perelman

Hablaremos de Andrés Manuel del Río Fernández, el científico cuyo descubrimiento logró que, luego de una larga confusión, México apareciera finalmente en la Tabla Periódica de los Elementos Químicos. Quizás de las primeras evidencias en el terreno de la ciencia sobre el complejo de superioridad del continente europeo sobre el Nuevo Mundo conquistado, un relato de modestia, ingenio y lealtad.


Andrés Manuel del Río Fernández, nacido en 1764, estudió metalurgia y química analítica en España, su país natal. Más tarde, mientras continuaba su formación en Alemania, conoció al naturalista Alexander von Humboldt, quien eventualmente llegaría a ser, aparentemente, su gran amigo. Su experiencia en el mundo experimental creció trabajando con químicos como Antoine Lavoisier, el padre de la química moderna, en el marco de la inminente Revolución Francesa.


Eventualmente, de regreso en España, Del Río fue elegido director de la Cátedra de Minería y Metalurgia en el Colegio de Minas, puesto que le dio la oportunidad de viajar a América, a la Nueva España, y llegar finalmente a México, el país que se convertiría en su verdadera patria.


Luego de su llegada a Veracruz en 1794, Del Río se dedicó a organizar diversos cursos de mineralogía, a desarrollar novedosos métodos para la exploración minera, expandir los horizontes académicos del país y algunas veces disfrutaba de colaborar en los trabajos del naturalista Von Humboldt.


Un día, en 1801, Del Río recibió muestras de plomo pardo proveniente de la mina de Purísima del Cardenal, en Zimapán, Hidalgo. Al examinar el mineral, llamado actualmente vanadita, Del Río concluyó que estaba frente a un compuesto formado por un elemento químico nuevo, un elemento nunca antes descrito: el futuro elemento 23.


Entusiasmado, redactó sus descubrimientos y siguió investigando. Preparó varios compuestos notando que formaban sales de muchos colores, así que decidió nombrar a este nuevo elemento metálico Pancromio (“muchos colores”, según la raíz griega); luego notó que casi todos se hacían rojos al oxidarse, por lo que mejor decidió llamarlo Eritronio (del griego “rojo”).


Ante la emoción, Del Río dio una muestra a su amigo Alexander von Humboldt, quien cruzaría con ella el océano y la llevaría a analizar a París. Para decepción de Andrés Manuel, el químico Hippolyte Victor Collet-Descotils erróneamente concluyó que lo que había recibido de México no era ningún elemento nuevo, sino simplemente cromo contaminado.


Humboldt comunicó la desafortunada noticia con asertividad a su amigo, confiando plenamente en el hallazgo hecho en tierras europeas; obviamente, sin dudar que pudiera existir ni el más mínimo error en las conclusiones emitidas en el viejo continente. Andrés Manuel del Río aceptó, sin más remedio, el informe: No tuvo más opción que aceptar el fracaso.


Sin embargo, 27 años después, en Suecia, el profesor Nils Gabriel Sefström, al estudiar el mismo mineral, redescubrió el mismo elemento y, al no tener ningún elemento de la Tabla Periódica con la letra “V” le asignó el nombre de Vanadio, en honor a la diosa escandinava de la belleza y el amor, Vanadis.


Para la gran suerte de Andrés Manuel del Río, ese mismo año, 1830, el químico Friedrich Wöhler comprobó que el elemento Eritronium descrito por Del Río era idéntico al recién nombrado Vanadio, con lo cual devolvió el crédito al científico hispano mexicano, aunque mantuvo el joven nombre de Vanadio.

Un año después, y con el objetivo de reconocer el talento y modestia del descubridor original, el geólogo estadounidense George William Featherstonhaugh propuso en el American Journal of Geology, sin ningún éxito, cambiar el pueril y provisional nombre de Vanadio a Zimapanio (por la mina de Hidalgo), Río o Rionio. No hubo cambios.


Andrés Manuel del Rio, testigo de este debate, reconoció haber renunciado fácilmente a su descubrimiento en 1803 y aceptó con humildad el reconocimiento por sus experimentos, recalcando su único objetivo: el avance de la ciencia. Evidentemente el nombre no cambió.


Del Río murió en 1849 luego de una sólida carrera académica, aportando las bases de instituciones como el Palacio de Minería y el actual Instituto de Geología de la UNAM, y contribuyendo activamente a la vida política del naciente país: México independiente. Sus grandes aportaciones a la ciencia mineral y metalúrgica en México lo colocaron entre los científicos más reconocidos del país.


Sin duda, la historia le reotorgó el reconocimiento merecido por el descubrimiento del elemento 23, aunque éste mantenga su nombre nórdico.


La historia del Vanadio, mexicano de origen, difícilmente pudo exentarse de las influencias de sus tiempos. Su suerte fue consecuencia de haber sido descubierto en el México colonial, en plena transformación hacia una nación independiente.


Nota final:

Un siglo después, en 1947, dos mexicanos, el físico Manuel Salvador Vallarta, y el historiador Arturo Arnáiz y Freg solicitaron a la Comisión Internacional para la Nomenclatura Química que considerara recuperar el nombre de Eritronio para el Vanadio. Sin embargo, había pasado tanto tiempo que la alternativa no se consideró viable.

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