Por: Fernando Silva
En la historia reciente de la humanidad se han presentado abrumadores acontecimientos naturales que sobrevienen con alta carga de peligro como los terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, maremotos, sequías, inundaciones, tormentas solares, eléctricas o de granizo, tornados, deslizamientos de tierra, avalanchas, incendios forestales, lluvias torrenciales… generando sufrimiento y muerte. En el mundo, el promedio de víctimas mortales registradas oficialmente como consecuencia de catástrofes naturales asciende entre las 10 y 15 mil personas por año y, de la población afectada, los menores representan del 50 al 60 por ciento, incrementando la mortalidad infantil, no sólo por las víctimas directas que dejan las catástrofes, sino porque se interrumpe la educación y la formación de los niños, o son separados de sus familias quedando expuestos a la explotación laboral y el abuso sexual, lo que les causa considerables traumas físicos y psicológicos.
En un reporte del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, por sus siglas en inglés) el número de desastres naturales —impulsados por el cambio climático— se ha triplicado desde la década de los setenta del siglo XX, y se estima que el número de niños afectados aumentará hasta llegar a los 175 millones anuales en esta década. En ese entendido, el 2020 fue un año de alta reflexión, lo que permitió el que se manifestarán inteligentes argumentaciones sobre el calentamiento global, la responsabilidad de gobiernos y de las sociedades en un asunto que nos compete a todos, en consecuencia, las investigaciones e intercambios en diversas áreas del conocimiento permiten soluciones que contribuyen de la mejor manera al bienestar común, así como el incrementar la capacidad de adaptación frente a cualquier agente perturbador a medida que nos recuperamos de la Covid-19. De esta manera, para el período 2021-2030, más que nunca, nos corresponde armonizar nuestra voluntad con la intención de disminuir los riesgos —de todo tipo— hacia los menores de edad y sobre la pérdida de la biodiversidad en respeto de los derechos que tiene todo ser viviente.
Los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) coinciden en observar que el clima está cambiando en todo el planeta a una escala sin precedentes. Algunas de esas lamentables variaciones serán irreversibles por cientos de miles de años. En su nuevo informe, demuestran que las emisiones de gases de efecto invernadero relacionado a las actividades humanas, son responsables de un calentamiento del planeta en 1.1 grados centígrados desde 1850 hasta la actualidad, y más alarmante es el hecho de que el estudio predice que se espera que la temperatura global alcance —o supere— los 1.5 °C en los próximos 20 años. La evaluación se basa en el conjunto de datos recogidos por los científicos del mundo dedicados a observar el clima, por lo que el informe es un código rojo para la humanidad. Las señales de alarma son ensordecedoras y las pruebas son irrefutables. Es el documento más preciso del planeta, aunque no hace falta tener doctorado para comprobar la situación y los peligros relacionados con el clima y los ecosistemas, por lo que el brutal abanico de impactos combinados en la salud y el bienestar de los seres humanos será la deplorable herencia que vamos a dejar a las próximas generaciones.
Otro aspecto a considerar se encuentra en la alimentación. El cambio climático está socavando la seguridad nutricional, manteniendo a las personas —especialmente a infantes— en trampas que los conducen a la obesidad, hambre, pobreza e inequidad. Tales circunstancias no se limitan a la disponibilidad de alimentos, sino que comprende todas las actividades involucradas en la cadena de producción, distribución, acceso y consumo de perjudiciales productos saturados en grasas, azúcares, sodio y químicos, en general de mala calidad. Además de lo anterior, se deben incluir los análisis de vulnerabilidad, ya que tal colapso podría comprometer los derechos humanos, creando un Apartheid alimentario.
A medida que nuestra comunidad global reexamina las interacciones con la ecología, algo que resulta contundente —al margen de los avances tecnológicos— si queremos disponer de agua, alimentos, medicamentos, refugio y energías, tan sólo por nombrar algunas coyunturas vitales para mantener el conjunto de medios necesarios para el sustento de la vida, es tener imperiosamente ecosistemas saludables. En consecuencia, no minimizar las alertas sobre los desastres que nos esperan si mantenemos indiferencia y despego que, a su vez, denotan menosprecio a tan grave situación ambiental, provocada por «satisfacer» las exigencias de la humanidad, fundamentalmente, de la gente que se concentra en las grandes urbes.
Asimismo, cuando se habla de combatir los gases de efecto invernadero, debemos pensar más allá de los automóviles, trenes, aviones o barcos, dado que el ganado es responsable por la emisión de más gases de efecto invernadero que todos los transportes del mundo juntos. Por lo tanto, un cambio hacia dietas vegetarianas y veganas es una solución imperativa que también contribuiría a reducir los riesgos de sobrepeso y sus alteraciones relacionadas con la salud. De acuerdo con el reporte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) «El consumo de dietas saludables y sustentables, como las que se basan en granos, frutas, legumbres, vegetales, frutos secos y semillas, presentan una oportunidad mayor de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero». La ONU favorece las alternativas basadas en dieta vegana; recientemente, editó un video en el que se afirma que las comidas sin carne y sus derivados son una tendencia mundial, argumentando que reducir el consumo de cárnicos es esencial para prevenir la degradación del medio ambiente, además de eliminar la hambruna, el hambre, buena parte de la pobreza y generar el natural respeto por todas las especies marinas y terrestres del planeta.
Estimado lector, el objetivo principal del presente texto, es inducir a la reflexión sobre las problemáticas del calentamiento global, la alimentación y las catástrofes de «origen natural» que en rigor son generadas por la humanidad. Hagamos conciencia en bien común.
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