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Inteligencia artificial o lo artificial de la inteligencia humana

Por Fernando Silva

La abundante información histórica-científica sostiene —al menos por ahora— que los humanos anatómicamente modernos aparecieron en África hace aproximadamente 200 mil años, lo que concuerda con el reciente estudio de la genetista Vanessa Hayes, del Instituto Garvan de Investigación Médica de Sidney, que en conjunto con los geólogos Andy Moore, de la Universidad de Rhodes en Sudáfrica y Axel Timmermann, de la Universidad Nacional de Pusan, reconstruyeron el linaje del Homo sapiens sapiens, analizando cientos de muestras de sangre de personas que viven al sur del río Zambeze (ubicado en África austral) para examinar su ADN mitocondrial, así como los elementos de las células que producen energía para la misma y que pasan a la nueva generación por la línea materna; lo que nos permite saber que el ADN mitocondrial no se transfiere por los cromosomas, sino que se transmite por el óvulo en la fertilización, por lo que únicamente puede heredarse de la progenitora. No obstante, el antropólogo Chris Stringer, del Museo de Historia Natural de Londres, quien no participó en el estudio, señaló que la evolución del Homo sapiens sapiens es un proceso complejo, asegurando que no es posible usar simplemente distribuciones modernas de ADN mitocondrial para encontrar un sitio único donde se originaron los humanos, ya que sería deducir de los datos más de lo que ofrecen; asimismo, de que sólo se está observando una mínima parte del genoma, por lo que no es posible obtener la información completa sobre nuestro origen. Para Stringer puede haber varias tierras ancestrales, en lugar de una.


Indudablemente, es un tema controversial y que se mantiene aún en investigación no concluyente, por lo que podemos simplemente tener en cuenta que a la humanidad se le ha denominado como Homo sapiens sapiens, a partir de que nuestras capacidades físicas y mentales son trascendentales. En ese sentido, durante siglos, hemos tratado de entender cómo pensamos; es decir, considerar cómo una porción de materia gris (el cerebro) puede percibir, pensar, predecir y operar un sinnúmero de cosas. Esta trasformación del paradigma evolutivo confronta las premisas del pasado, a tal punto que la actual psicología cognitiva ha adoptado a «La metáfora de la computadora» para pensar sobre cómo la mente procesa información, la codifica, la almacena y la recupera. Aquí el campo de la Inteligencia Artificial (IA) va más allá, ya que no sólo se intenta hacerla comprender, sino que se anhela construir entidades inteligentes.


De tal manera, la prevaleciente civilización humana se caracteriza por su amplio desarrollo, en el que los conocimientos científicos y las tecnologías, particularmente de la comunicación, dan como resultado grandes cambios sociales al acortar la distancia —física— permitiendo el intercambio de información, conocimientos y experiencias con otras personas en lugares remotos y al instante. Así, la IA adopta la imagen especular y, en su versión —no de manera metafórica sino literal— se entiende que una computadora es una mente, teniendo en claro que los circuitos son distintos a los del cerebro y el software también, aunque desencadenen derivaciones análogas a la conducta humana; pero cuando estos se ejecutan ¿la máquina evalúa igual que la mente cuando procesa la información? Teniendo en cuenta que la inteligencia es una facultad cognoscitiva que facilita el entendimiento y sobre ella se impulsa la capacidad de la interpretación y de la razón ¿puede un artilugio con restringidos sentidos, con visión artificial —sensores de distancia o con percepción de contornos y formas— pero sin reconocimiento semántico de las mismas; sin olfato y un tacto simple; con limitada audición para localizar sonidos; con prótesis mecánicas sin sensaciones y sin necesidades fisiológicas, ser conscientes del mundo, tener sentimientos, autoconciencia o teoría de la mente? En definitiva, quienes desarrollan la IA tienen por objeto que las entidades virtuales hagan las mismas cosas que puede realizar un ser humano, asegurando que pueden articularse sistemas automáticos que posibiliten cualquier ejecución. Por lo tanto, el factor fundamental de la inteligencia humana está en la interpretación de lo que entendemos por «realidad» mientras que la inteligencia artificial tiene como principal característica de avance la eficacia y eficiencia en la interpretación de lo que se le ha programado para entender la «realidad». Por consiguiente, vale el cuestionarnos ¿existen procesos usuales entre la inteligencia humana y la artificial, fundamentalmente de percepción, selección, asociación, predicción, asimilación y control inherentes a la acción y efecto de razonar del Homo sapiens sapiens?


De continuar con el proceso evolutivo y entrando en un terreno especulativo ¿una máquina podría alcanzar grados de inteligencia inaccesibles para los seres humanos en poco tiempo? Actualmente, no hay avances tangibles que nos permitan proyectar con certeza cuándo tendremos inteligencias equiparables o superiores a la humana, sin embargo, numerosos expertos estiman que esto ocurrirá durante el siglo XXI. Las optimistas proyecciones se encuentran en el rango de los años 2030 a 2060. Otros, por el contrario, consideran que replicar el grado de inteligencia de los seres humanos, el cual surgió a partir de un proceso de cientos de millones de años de evolución, está fuera de nuestro alcance. Tal singularidad puede implicar grandes retos en el futuro, logrando transformar profundamente a la humanidad.


Para gozar desde otra perspectiva el tema abordado, tenemos en la literatura de ciencia ficción un excelente ejemplo. Isaac Asimov escribió en 1950 Yo, Robot. Novela creada a base de una compilación de relatos que aparecieron originalmente en las revistas Super Science Stories y Astounding Science Fiction entre 1940 y 1950. Tras la publicación del libro, Asimov escribió una secuencia de encuadre que presenta las historias como recuerdos de la imaginaria doctora Susan Calvin durante una entrevista en la que habla sobre el abyecto funcionamiento de los robots y el uso de la «robopsicología» para resolver lo que está sucediendo en su cerebro positrónico en el siglo XXI. Adicionalmente, la novela contiene un breve relato en el que se integran las tres leyes de la robótica de Asimov, mismas que influyeron en la ciencia ficción, así como en el pensamiento sobre la ética de la inteligencia artificial. Primera Ley: Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño. Segunda Ley: Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley. Tercera Ley: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.


Siguiendo las leyes de Asimov, podemos concluir que las máquinas inteligentes podrían llevarnos a un futuro sorprendente, más, si se da cumplimiento en bien de todo ser viviente, los ecosistemas y la Tierra, haciendo conciencia en base al respeto y los derechos universales.

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