Por: Fernando Silva
El asesinato de seres humanos por inanición es precedida, principalmente, por tres combinaciones de factores y circunstancias que se presentan: Personas que han sido expulsadas de sus hogares y que permanecen en su país en condiciones de extrema pobreza; gente que emigra hacia otra nación en búsqueda de una mejor calidad de vida y son albergadas con alta discriminación social, así como mujeres y hombres que han sido desalojados de sus comunidades a causa de enfermizas y brutales guerras. Sin embargo, lo más inquietante de todo esto es que la hambruna y el hambre no tienen que ver con la falta de alimentos, sino que son provocadas por la indiferencia, la corrupción de gobiernos, la torpeza para comprender las cosas y el irracional despilfarro de comida de buena parte de la población de los países más ricos, mismos que se distinguen por la disputa del «poder económico». Al punto que, el Banco Mundial —que a su vez controla esa «élite global»— estima que este año (2021) alrededor de 330 millones de seres humanos afrontarán tan degradante y criminal condición.
Según las Naciones Unidas, cada día en el mundo mueren 24 mil personas de hambre, o por sus causas relacionadas, esto es el 16 por ciento de las 150 mil que fallecen diariamente. Si ese porcentaje lo multiplicamos por 365 días, resultan cerca de nueve millones de seres humanos que son desamparados hasta su muerte en provecho de mezquinos y particulares intereses que se estiman de «mayor importancia». Pongamos como ejemplo la venta de vacunas —de diferentes laboratorios y consorcios farmacéuticos— de la controversial enfermedad de la Covid-19, en donde su recuperación económica les generó, en un corto plazo, ganancias multimillonarias. Asimismo, desde que se detectó el primer caso de coronavirus —el 17 de noviembre de 2019— y hasta el miércoles siete de julio de 2021, han muerto aproximadamente cuatro millones de personas por esta causa, sin embargo, la Organización Mundial de la Salud informó a principios de febrero del presente año, que se habían administrado el 75 por ciento de estas vacunas disponibles entre los 10 países más poderosos, mismos que siguiendo sus lamentables valores morales, no respetaron la resolución copatrocinada por más de 130 naciones, y que fue adoptada por consenso para exigir la intensificación de los esfuerzos para controlar la pandemia y el acceso equitativo, así como la distribución justa de todas las tecnologías y productos de salud esenciales para combatir tan mortal afección.
Lo irracional es que en el mismo período (año y medio) 14 millones 400 mil personas estuvieron privadas de alimentos —en flagrante crimen de lesa humanidad—cantidad a la que habrá que sumarle las que se han desprovisto en décadas por la misma causa, lo que nos da un atroz número de mujeres y hombres asesinados. Y lo que se viene, a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) le quedan menos de nueve años para lograr la meta de «Hambre Cero 2030» lo que hace pensar que no será posible, ya que la pandemia —antes mencionada— ha debilitando los recursos necesarios para atender la hambruna. Y por el contrario, las cifras que comparte la FAO —en relación a las personas en condiciones de alimentación insuficiente en cantidad y calidad— tuvieron un aumento entre 83 y 132 millones tan sólo en el 2020, año en que la Covid-19 se extendió por todo el mundo y, con ello, le restaron importancia a tan contundente e inquietante escenario.
En la oscuridad de tan cruel realidad, es imperativo —por vergüenza y deshonra— cambiar el modo en que cultivamos nuestra conciencia, la cultura alimenticia y la gestión de los recursos naturales, ya que de no hacerlo la seguridad social, alimentaria y la nutrición seguirán en riesgo. De hecho, la coexistencia de desnutrición, deficiencias de micronutrientes y obesidad, representan la triple carga que conlleva la malnutrición junto a una serie de importantes desafíos sanitarios, ecológicos, sociales y económicos. Además, la humanidad está ridículamente dividida en insensatos extremos: Los que tienen recursos económicos, alimentos suficientes y un sistema sanitario desarrollado que permite cubrir sus necesidades; y los que carecen de lo mínimo para vivir, ya que no cuentan con un sistema sanitario —o es precario— no tienen alimentos adecuados y la calidad de los mismos así como del agua que consumen son insalubres. Tales situaciones producen mala alimentación, ya sea por consumir en exceso alimentos cárnicos procesados industrialmente, elevados en grasas saturadas y donde el sobrepeso, así como la enfermedad de las arterias coronarias hacen estragos; y en contraste, la morbilidad que se intensifica con la precariedad, siendo el hambre y la hambruna las evidencias más extremas y radicales de una desigualdad e injusticia humana, lo que causa la desnutrición y muerte de millones de personas cada año.
Un aspecto poco reconocido en las crisis alimentarias es la infame conexión con los conflictos bélicos. Cientos de investigaciones evidencian que ambas circunstancias están íntimamente vinculadas en un abyecto ciclo en el que los efectos y consecuencias de una no hacen más que agravar o potenciar la incidencia de la otra y, en repercusión, a toda diversidad biológica, esto sin puntualizar el sinnúmero de daños ocasionados a la Tierra. Por lo anterior y partiendo de la necesidad de un sano humanismo, innovadoras propuestas morales son claves para pensar de manera reivindicada sobre los derechos humanos, la educación desde los hogares, los proyectos sociales alternativos, las apelaciones que hacemos a nuestras obligaciones, a nuestra libertad de pensamiento y de expresión, en una fundamentación ética-filosófica en bien común, en responsabilidad solidaria hacia todo ser viviente y sus entornos naturales.
Basta de tanta estupidez. Ser humano, en el sentido vago y corriente de la expresión, ocurre en cualquier lugar en donde mujeres y hombres cavilen con responsabilidad sobre sí mismos, conmovidos ante la diafanidad del estar en el aquí y el ahora, así como por el generoso propósito de elevar la vida en bienestar de todos. De este modo, al darnos la oportunidad de informarnos y pensar sobre nuestra evolución y participación social, se estremece la reflexión en un sobresalto que nos sensibiliza para fortalecer nuestra vital conciencia y sana realización individual y colectiva.
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