Redactor Fernando
En la lucha por diferentes causas, a lo largo de la historia se han utilizado métodos o actos de protesta las huelgas de hambre. Sin embargo, más allá del impacto que puedan tener en la sociedad, en la causa pública y en la toma de decisiones, es importante darse cuenta de que son medidas drásticas que pueden acarrear fatales consecuencias en el cuerpo humano.
Este tipo de prácticas desencadenarán una serie de respuestas en el organismo que van desde una primera adaptación hasta consecuencias potencialmente graves que pueden dar lugar a la muerte súbita a partir de los 40 días. Te contamos detalladamente cuales son esos efectos y la forma en la que el organismo responde ante una privación de alimento como esta.
EL MODO AHORRO
Mientras tanto, ante la falta de alimento, el cuerpo entra en una especie de “ahorro energético” en el que busca minimizar el gasto y reducir todo lo posible las funciones. Así, el hipotálamo, la zona del cerebro encargada de la producción de hormonas, se pone manos a la obra y activa todos los dispositivos de ahorros hormonales, metabólicos e intestinales. De esa forma, disminuyen las hormonas de tipo sexual, baja la capacidad del cuerpo para generar calor y mantenerse cálido, además de que aparecen problemas de estreñimiento.
Por su parte, el corazón comienza a latir más lento ante la falta de energía y la necesidad de administrar de forma cautelosa las reservas existentes. Esta alteración provoca que el aporte sanguíneo a las extremidades sea menor y da lugar a manos y pies fríos que irán adoptando tonos azulados a medida que el ayuno avance.
ESCASEZ DE LÍQUIDOS
Ahora bien, como todo el mundo conoce, es posible vivir sin alimento un periodo determinado de tiempo, pero apenas una semana sin la ingesta de líquido, razón por la cual en las huelgas de hambre se incorpora, al menos, agua en la dieta. Y es que, sin la toma de agua, el organismo colapsaría al cabo de 3 o 5 días, debido a la deshidratación que imposibilitaría la supervivencia de las células.
ESCASEZ DE LÍQUIDOS
Ahora bien, como todo el mundo conoce, es posible vivir sin alimento un periodo determinado de tiempo, pero apenas una semana sin la ingesta de líquido, razón por la cual en las huelgas de hambre se incorpora, al menos, agua en la dieta. Y es que, sin la toma de agua, el organismo colapsaría al cabo de 3 o 5 días, debido a la deshidratación que imposibilitaría la supervivencia de las células.
Es normal que los sujetos en huelgas de hambre experimenten entonces una obsesión cada vez mayor con la causa a medida que el ayuno avanza, perdiendo la capacidad de análisis y de toma de decisiones. Se refleja entonces una fijación con la idea que llevó a la huelga y se minimizan la sensación de los síntomas que experimenta, así como todos los problemas de salud. De aquí surge la famosa idea de que el ayuno se mantiene a sí mismo.
FALLO MULTIORGÁNICO
Es evidente que, cuanto más tiempo se mantenga la huelga, mayores síntomas aparecerán y más se agravarán los ya existentes. Al final, todo el cuerpo se verá afectado por la falta de alimento pues, al fin y al cabo, todas las células necesitan alimentarse. Aún así, el colapso del organismo suele comenzar al cabo de la quinta semana cuando, a todos los síntomas y problemas mencionados se suma la depleción proteica visceral. Es un momento en el que el cuerpo ya ha agotado el músculo de los grandes tejidos de las piernas, abdomen o brazos, por lo que se centra en los músculos del corazón, y empieza a tomar las reservas de ahí. El fallo multiorgánico llega poco después.
En estos momentos solamente hay dos opciones: o bien el sujeto mantiene el ayuno y se enfrenta a un final fatal, o comienza de nuevo a ingerir alimento y recupera poco a poco las funciones vitales. Cabe resaltar que el proceso de recuperación es igualmente peligroso, pues muchas cosas pueden fallar al volver a poner en funcionamiento un organismo que llevaba semanas en estado de alarma y extrema supervivencia. Además, la mayoría de las personas que han vivido huelgas de hambre presentan secuelas, cuya gravedad depende, normalmente, del tiempo de duración de la práctica.
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