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¿Estaremos en la última etapa de la pandemia?

Por Carol Perelman

@carol_perelman



Una de las colecciones de libros que marcaron mi infancia son los pertenecientes a la serie de “Elige tu propia aventura”, popularizados en la década de los 80 y clasificados como librojuegos. Cada noche disfrutaba con gran pasión convertirme en la actriz principal de la historieta en curso, sumergiéndome en las tantas versiones de la saga contenida entre las emblemáticas tapas rojas. Este aspecto tan peculiar, en que las alternativas para llegar al desenlace eran finitas, y predeterminadas, pero dependían de mi decisión, me hace pensar en la estrategia a seguir para los meses venideros.


Sin duda, la pandemia de COVID-19 es igualmente interactiva. Con las reglas ya conocidas por todos, cada uno elige su camino; lo que sí, es que independientemente de la ruta, llegaremos en algún momento, como humanidad, al mismo final.


La cantidad de páginas y aventuras por recorrer dependerá de varios factores, pero eventualmente los hoy protagonistas de esta pandemia llegaremos a un desenlace común, al mismo punto. La gran diferencia con mis libros infantiles es que en este caso no hay guión escrito y las experiencias no residen en la imaginación ni son producto de una ficción. La coincidencia es que, aunque algunos lectores lleguen antes y otros después, la pandemia colapsará y viviremos con la COVID-19 como enfermedad endémica.


Pero vamos por partes.


Cuando el nuevo coronavirus surgió a fines de 2019 encontró a más de 7 mil millones de humanos susceptibles, personas que nunca habían estado en contacto con él y por ende podían infectarse. Este escenario permitió que la epidemia ocurriera, y su esparcimiento por todo el mundo lo escaló a pandemia.


Conforme el virus avanzaba dejaba a su paso sobrevivientes con inmunidad natural, una inmunidad con fecha de caducidad. Hoy sabemos que las reinfecciones son aún raras, pero posibles, y cada vez más frecuentes, y que por ello quienes se recuperan deben vacunarse y así hacer más robusta su protección.


Tal como lo vimos desde un inicio, cuando un nuevo patógeno se introduce a una población naïve, sin inmunidad previa, se esparce a gran velocidad, de forma exponencial. Lo hemos vivido con las múltiples olas pandémicas, y también lo vivieron las culturas prehispánicas con la llegada de los conquistadores europeos que introdujeron el sarampión. Cuando una persona contagiada transmite el virus a más de una persona, el crecimiento de casos es estrepitoso y sin control. Sin vacunas ni medicamentos, sólo las medidas de aislamiento pudieron limitar su expansión.


Desde un inicio buscábamos la inmunidad de grupo, llegar a un alto porcentaje de la población inmune por vía de la vacunación, para frenar la propagación. Llegar a la inmunidad de grupo por vía natural, como lo quería hacer Suecia en un principio, tendría un altísimo costo en vidas humanas, en secuelas y en saturación del sistema de salud.


Hoy sabemos que entre más personas vacunadas hay, menos circulación comunitaria viral existe. Así, logrando un alto porcentaje de población inmune, la transmisión del virus va disminuyendo, ya que difícilmente encuentra a personas a quien infectar.


Sin embargo, entendimos con el paso del tiempo que la inmunidad post-enfermedad y la inmunidad post-vacuna no eran para siempre. Comenzamos a observar algunas reinfecciones, raras pero ciertas, y casos de enfermedades por irrupción, no graves pero presentes, que dejaron en claro que la inmunidad de grupo (también conocida como de rebaño) era una meta importante, pero dinámica. Con el paso del tiempo, los inmunes volvíamos a ser parcialmente susceptibles y los modelos epidemiológicos ideales se volvieron más complejos.


Pero además, el gran sueño inicial de eliminar por completo a este nuevo virus, como lo buscaron con tanto esfuerzo Australia, Hong Kong o Nueva Zelanda, desapareció cuando vimos al coronavirus esparcido por todas los rincones del planeta, causando una pandemia de tanta duración; cuando descubrimos que el virus tenía varios reservorios en distintas especies animales, y cuando fuimos testigos de que las grandiosas vacunas disminuían la letalidad, pero no lograban una inmunidad vitalicia. La erradicación ya no era posible, al menos no por ahora.


Por todas estas razones, tendremos que acostumbrarnos a convivir con el nuevo coronavirus. Acabaremos el modo de pandemia para ser testigos de un control en distintos lados del mundo, con brotes esporádicos en ciertos países y en determinados momentos. Cuando esto suceda, cuando la cantidad de casos positivos, de personas hospitalizadas y de fallecidos por COVID-19 tenga niveles similares a los de enfermedades como la influenza, hablaremos de que el coronavirus es endémico; que coexiste pero ya no es una amenaza para la sociedad; que sigue ahí, no ha desaparecido, persistiendo en espacios y tiempos, pero su velocidad de propagación es igual o menor a uno. Ya no es rampante y abrasivo, porque las personas ya no son tan susceptibles, tienen inmunidad. Estan protegidas.


Describamos ahora los tres tipos de inmunidad que tanto las vacunas como el sobrevivir COVID-19 podrían generar. La que inhibe infección eliminaría la susceptibilidad de las personas haciendo una protección esterilizante, en que ya no pueden contagiarse.


La que inhibe transmisión haría que alguien con el virus no pueda pasarlo, y así bloquearía la cadena de contagios. La que disminuye la patogenicidad hace que las personas sean asintomáticas, teniendo la enfermedad más que leve y evitando la mortalidad. Hoy aún no es claro cuánto dura la inmunidad ni qué grado de inmunidad generan a infección, a transmisión y a síntomas. Se sigue estudiando este aspecto tan importante de la COVID-19.


La buena noticia es que esta pandemia, siempre que el virus mantenga cierta estabilidad, sin encontrar una variante más contagiosa que Delta, que evada la actual inmunidad, posiblemente está cerca de su final. Hay ya algunos sub-linajes de la variante delta, pero esperemos que las subsecuentes mantengan las características ya conocidas y no tengan implicaciones disruptivas epidemiológicas ni clínicas.


Quizás, para hablar del COVID-19 como una enfermedad endémica, la prueba de oro será este invierno. Claro que tal como en mis cuentos infantiles, en que las alternativas se van abriendo como abanico, en este invierno también tenemos varias opciones para elegir el destino como individuos y como países. Esta pandemia ha sido causada por el mismo virus en todos lados, pero la forma en que cada uno, cada sociedad y cada nación lo ha enfrentado, ha sido tan diversa como los resultados que se han derivado.


Eventualmente, cuando el virus tenga una circulación más estable, con una tasa de ataque quizás estacional, podremos hablar de que COVID-19 es una endemia, y ya no más una epidemia; encontrando siempre personas susceptibles por no estar vacunadas, por haber perdido la inmunidad, por apenas haber nacido o llegado de algún lugar sin circulación viral, pero ya no una disrupción a la sociedad, ya no un problema de salud pública global.


Aún tenemos el timón de nuestro comportamiento y las curvas epidemiológicas siguen dependiendo de las políticas públicas, del grado y ritmo de vacunación; del tipo de vacunas aplicadas, de la implementación de medidas como el uso de cubrebocas; de las restricciones de viajes y accesos; de la realización de pruebas, de los rastreos de casos, del monitoreo de variantes, de la autorización de tratamientos. La brújula es y será la ciencia. Pero el manubrio lo manejamos nosotros con nuestras actitudes, decisiones y comportamientos.


El mosaico tan diverso de respuestas ha hecho que los distintos continentes tengan diferentes momentos pandémicos, por lo que seguramente la desaceleración no será del todo pareja y veremos brotes y epidemias locales, desarticuladas, ya no como hasta ahora: olas sincronizadas casi al unísono.


Antes de llegar al fin de la pandemia de COVID-19 habrá regiones aún sufriendo con epidemias delimitadas, mientras otros lugares estarán en etapas endémicas de mayor estabilidad.


Y en ese equilibrio dinámico veremos fluctuaciones en el uso de cubrebocas, en la aplicación de vacunas y en las medidas de protección que sabemos funcionan, como ventilar. Herramientas que han salvado vidas y que no se olvidan, que estarán en nuestro bagaje siempre.


Ciertos elementos, como el que los niños tengan menos riesgo de tener la enfermedad grave hace que los expertos estimen que con el tiempo, la COVID-19 será una enfermedad menos severa, basándose en la suposición de que las primeras infecciones son más fuertes; que en caso de reinfección los síntomas son más leves, y que los niños serán las poblaciones susceptibles por nacimiento.


Así, con el tiempo, los mayores de edad, quienes generalmente tienen complicaciones por COVID-19, estarán ya vacunados en su edad adulta y habrán estado en contacto con el virus de más jóvenes. Entonces, posiblemente, veremos cómo el SARS-CoV-2 tendrá una patogénesis cada vez menos letal, más asintomática. Esperemos esta hipótesis de algunos expertos se torne certera.


Mientras, tal como en mis libros de infancia, seguimos con el poder de elección aunque sepamos cómo acaba la aventura. Terminaremos con una nueva enfermedad en los libros de medicina, y de historia, convirtiéndose la COVID-19 en endémica, pero la cuestión es que decidas cómo quieres llegar a ese estadio. Algunas opciones no podemos considerarlas por limitantes intrínsecos a nuestro estado de salud o por vivir en cierto lugar; pero sí hay mucho, suficiente, que podemos cada uno de nosotros controlar. Hacer.


Sólo conocemos el final, pero aún no hay nada que leer: la historia no está escrita. Conviértete en el autor de tu propia travesía y elige el camino de mayor certidumbre, de más salud, y de máximo bienestar.


Nos vemos en la endemia.

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Artículo Científico: https://doi.org/10.1016/j.immuni.2021.09.019

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