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El suicidio de una mexicana en la Catedral de Notre Dame, en París

Por Mayra Núñez P.


Caminando por la elegante avenida Reforma, nuestra amiga Ann Marie, quien viene de Francia, se encontró con la orgullosa columna que Porfirio Díaz mandó construir para conmemorar los 100 años de la Independencia: el Ángel de la Independencia, una obra construida por el arquitecto Antonio Rivas Mercado, inaugurada el 16 de septiembre de 1910.

El Arq. Rivas Mercado también fue ingeniero y restaurador mexicano; personaje preferido del entonces presidente Porfirio Díaz y padre de Antonieta, su segunda hija. Su madre, Matilde Cristina Castellanos, abandonó a sus hijos cuando todavía eran muy chicos.


Antonieta nació en 1900 en la ciudad de México; hija de un matrimonio bien acomodado y con una base educativa muy sólida, estudió en París y hablaba cuatro idiomas.


Acostumbrada a sus viajes familiares al extranjero, a las reuniones familiares con personajes de la época y al respaldo y apoyo de su padre, de quien fuera la hija predilecta.


Antonieta desarrolló en su juventud un profundo proceso personal, caracterizado por la necesidad de trabajar intensamente en el ámbito intelectual y artístico.


Casó con Albert Edward Blair a los 18 años, ilusionada porque estaba segura de que iba a formar una bonita familia, pero no fue así. Tuvieron un hijo, Donald Antonio Blair Rivas Mercado, en septiembre de 1919, y la pareja se separo librando un fuerte pleito por la custodia del niño. Albert Edward ganó la custodia.


En ese año murió su padre y Antonieta conoce al pintor Manuel Rodriguez Lozano (anteriormente casado con Carmen Mondragón), quien la introduce en el ambiente de los artistas contemporáneos.

Antonieta se enamora perdidamente de este pintor; se volvió su sombra y le escribió muchas cartas de amor: “Yo no era nada; sólo era barro que esperaba ser moldeada en el torno del amor. Soy algo más que su obra y por eso lo amo con pasión”.


Aunque el pintor la estimaba mucho y la consideraba una mujer adelantada a su época, no podía corresponderle porque era homosexual.


Para entonces, Antonieta ya tenía una participación muy importante e influyente en la vida cultural de México durante la postrevolución.


Se le considera una mujer desafiante a su tiempo y una vanguardista cuya labor fue muy importante en la modernización de la cultura en México. El tiempo que pasó en Europa y la influencia que generó en ella el teatro de vanguardia de París le despertaron la inquietud de promover en nuestro país un teatro que renovara la escena mexicana, donde prevalecía un nacionalismo añejado.


De esta manera, y por la recomendación de Manuel Rodríguez Lozano, Antonieta apoyó con su fortuna a los artistas involucrados a poner en marcha el teatro Ulises.


Ella no fue cualquier mecenas: desafió a la mujer adinerada que se enamoraba por la cultura. Su labor cultural fue muy diversa: fue escritora, promotora cultural, editora de libros, directora teatral, profesora de la UNAM (cuando todavía no era autónoma), formó el patronato para la Orquesta Sinfónica de México, bajo la dirección de Carlos Chávez y, sobre todo, una mujer talentosa, comentó Tayde Acosta G.


Su inteligencia e inquietud la llevaron a participar en la política; trabajó en la campaña electoral de José Vasconcelos, quien en 1929 se postuló como candidato a la Presidencia de México. Antonieta se encargó de realizar la crónica de la campaña de Vasconcelos.


Ella y el candidato tuvieron una fuerte relación amorosa, aunque Vasconcelos siempre quiso guardar mucha discreción, ya que estaba casado.


Antes de culminar la campaña, y ante el hostil y duro escenario en México para los partidarios de Vasconcelos, Antonieta tuvo que salir por órdenes de sus médicos, a causa de una crisis nerviosa por el exceso de trabajo.


Antonieta fue a Nueva York y posteriormente a París.


Se cuenta que la última noche que se reunió con Vasconcelos en París, platicando animadamente le preguntó: “Dime si de verdad tienes necesidad de mí”. Después de reflexionar por un momento, Vasconcelos le respondió: “Ninguna alma necesita de otra; nadie, ni hombre ni mujer, necesita más que de Dios. Cada uno tiene su destino ligado sólo con el Creador”.


En ese preciso instante ella tomó su decisión. Se llevó la pistola que guardaba Vasconcelos y al otro día, una mañana soleada de febrero de 1931, entró a la Catedral de Notre Dame, se sentó en la primera fila y frente a Jesús crucificado se pegó un tiro en el corazón.


Así, a los 31 años, terminó la vida de Antonieta Rivas Mercado. Mientras ella pensaba en suicidarse, su hijo la esperaba en una pensión en Burdeos.


La trágica noticia acaparó los diarios parisinos y en la Catedral de Notre Dame se realizó una ceremonia especial.



El cuerpo de Antonieta fue enterrado en el cementerio de Thiais, a donde fue acompañada por muy pocas personas, entre ellas el cónsul y su esposa.


Al cumplirse el tiempo, ningún familiar renovó la concesión en el panteón y los restos mortales de Antonieta fueron llevados a la fosa común.


Durante muchos años el nombre de Antonieta fue bloqueado en la sociedad mexicana y en su propia familia.


Actualmente el nombre de Antonieta Rivas Mercado ha regresado; se han escrito libros, ensayos, obras de teatro y hasta una película basada en su vida. La casa de su padre, en la calle de Héroes, en la colonia Guerrero, ha sido restaurada y está abierta al público.


Profa. Mayra Nuñez P.

galeriamayra2@gmal.com

www.mayragalleryart.com

YouTube: Mayra Gallery Art

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