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El reloj chino


Durante los festejos del Centenario de la consumación de la Independencia se realizó un amplio programa, al que daré cita en este artículo. Una de las características de los festejos del “Centenario” fue su “carácter auténtico, popular y nacional”, de allí que se invitara a la población de la Ciudad de México a engalanar las fachadas de sus domicilios o establecimientos y unirse a la celebración que dio inicio el 8 de septiembre en el teatro “Esperanza Iris”.


Este acto fue seguido por juegos florales, concursos populares como el de “La india bonita”; artísticos, como “Los volcanes de México”, e históricos como el torneo sobre Agustín de Iturbide y el de la obra civilizadora de los conquistadores españoles. Este último, por cierto, muy actual ante la “desaparición” de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma.


Además, la inauguración de un parque de juegos para niños donado por la Colonia Americana; la instalación de candelabros en la calle de Capuchinas, regalo de la Comunidad Libanesa (¿todavía estarán ahí?). Para muchos es desconocido de dónde salió el “reloj chino” de la calle de Bucareli, junto a la Secretaría de Gobernación. Bien: lo donó la Comunidad China, un regalo por la celebración.


En 1921, el Departamento de Salubridad Pública organizó la “Semana del Niño”, un festejo donde se impartieron pláticas a los padres de familia, se repartieron folletos, (hoy sería la Cartilla de Ética de la 4T), instaló un registro civil, ofreció festividades para los niños de la Beneficencia Pública y organizó un desfile con cerca de 500 automóviles y camiones, en los cuales iban unos cinco mil niños de distintas edades, quienes transitaron por las calles de Reforma hasta la Plaza de la Constitución.


Los festejos, presididos por Álvaro Obregón, en el centenario de la consumación de la Independencia, en septiembre de 1921, dieron pie para que coincidieran de nueva cuenta los políticos revolucionarios con la clase alta capitalina. Las fiestas del centenario buscaban proyectar al país y al mundo la imagen de México como un país civilizado; destacar el fin de la guerra civil; borrar la estampa de barbarie que lo acompañó durante la lucha armada; reflejar una sociedad en proceso de reconciliación, e impulsar el reconocimiento diplomático del gobierno por los Estados Unidos y el Reino Unido.


Una de las maneras de lograrlo fue figurando codo a codo con la gente “distinguida”, que dominaba los modales cosmopolitas y sabía vestir a la última moda. Sólo era educación que este grupo privilegiado sí había podido tener: tutores o institutrices para enseñarlos a leer y escribir, o a tocar el piano, o a bordar, porque todavía se sentía la influencia de los españoles en este tipo de costumbres, o educación, sólo educación.


Con la revuelta de la independencia, los más pobres se tuvieron que formar en la fila de apoyo a los insurgentes, por sus sueños o para salir de la pobreza. Muchos lo lograron, pero muchos otros murieron en la revuelta. Los “fifís”, como les dice el presidente Andrés Manuel López Obrador, no sufrieron mayor descalabro.


La burguesía nacional se convirtió en la invitada de honor (desde entonces) y presidió junto con Obregón y los miembros del gabinete los fastuosos bailes y desfiles, una “charreada", una corrida de toros, exposiciones -entre ellas una dedicada al arte popular mexicano-; banquetes, kermeses, funciones de gala de ópera y teatrales a las que asistieron las delegaciones diplomáticas de diversos países europeos y latinoamericanos para conmemorar el centenario.


Los empresarios de origen extranjero organizaron elegantes bailes en el Casino Español y el Country Club, y Obregón hizo lo propio en el Castillo de Chapultepec. Hubo un desfile militar que culminó en el Zócalo, en el que rodaron los aeroplanos del Ejército por las calles del centro (como se hace hasta ahora); los carros alegóricos recorrieron la avenida Juárez; se colocaron tribunas para las delegaciones extranjeras, la clase alta y los políticos destacados, quienes admiraron las representaciones más llamativas.


¡Ay!, cuántos privilegios -como siempre- para celebrar el centenario de la independencia. Y quienes estuvieron en la refriega, los más pobres, se quedaron en sus lugares de origen, sin asistir a los festejos de una lucha por los derechos humanos, contra la esclavitud y la discriminación… Y como sucede siempre, mientras unos se arriesgaron por la Independencia, otros celebran el triunfo.


Las fiestas del centenario eran interminables, con festejos todo el día. Por las calles todo era una función o un concierto; la vida en la ciudad estaba convertida en un espectáculo. El programa iniciaba desde temprano y las calles se llenaban de curiosos.


Con poco se conformó el pueblo de México: con circo, maroma y teatro. Lo que costaron los festejos bien pudo emplearse en escuelas y hospitales, y no para regalar ropa a los pobres para que se vieran mejor vestidos. El problema del pueblo de México es la fiesta. Hoy vemos que las personas no se quedan en casa, siguen saliendo y, las cifras de contagios y muertes por la COVID-19 siguen en aumento constante, mayores aún que las del principio.


Espero que el ya próximo año se tome con conciencia el aniversario de los 200 años de la consumación de la independencia. De celebrarse, será con altas medidas de seguridad o, mejor, deberían suspenderlas, ante la emergencia, y todo lo que se pretende erogar para los festejos canalizarlo a lo que sí se necesita: medicamentos y equipo médico y de protección personal para la gente del sector salud.


En realidad, no hay nada qué celebrar: pérdida de empleos, de salud, de vivienda, de familiares y amigos; pérdida de la libertad, que se traduce en la Independencia de cada ser humano. Un contrasentido con la celebración. Repito: no hay nada qué celebrar.


Sólo la burguesía y los políticos (¿la nueva burguesía y los nuevos políticos, que ya se pondrán la ropa que les compraron para verse bien?) podrán festejar, porque quienes han tenido que salir diariamente a trabajar, se han contagiado y han muerto o sobreviven con secuelas de las que nadie ha dado cuenta… pero eso es “intrascendente”, diría el médico “rockstar”. A ellos no les interesará está celebración, una vez más usada con fines más que políticos. Al final, ni tan diferentes.


Si el gobierno de la 4T quiere festejo para crear un ambiente de fiesta, para dar al pueblo circo, maroma y teatro en un año electoral, ante el futuro incierto de la situación sanitaria por la que pasa el país y el mundo, sería otro grave error, tal vez el mayor de todos en ese momento.


Se necesitan medicamentos oncológicos, material y equipo médico, reabastecer los hospitales, llevar tecnología a comunidades aisladas por falta de la Internet; reconstruir puentes y caminos en las comunidades afectadas por los huracanes… es necesario ver las necesidades y resolverlas. Ante este escenario ¿qué se puede festejar?


Ya pasaron 200 años y el pueblo vive a merced de grupos delincuenciales. En vez de mostrar a otras naciones que México se supero, hoy somos señalados por la violencia que se vive en nuestro país y por la mala praxis en el combate a la pandemia de SARS-Cov2n

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