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El miedo, esa útil sensación para escapar de los peligros pero también como inconveniente para saber



Es recurrente escuchar a los científicos llamar miedo al «sistema de alarma» que se activa en el seno del sistema límbico gracias a que el tálamo envía los mensajes procedentes de los órganos sensoriales a la corteza cerebral, lo que conlleva variabilidades en la fisiología, los pensamientos y el comportamiento. Aquí las emociones, al formar parte de nuestra constitución como seres humanos, son fundamentales en la génesis de la motivación que nos lleva a actuar y son también básicas para contraponer instintivamente las circunstancias que se nos presentan.


Obviamente, el miedo presenta aspectos que son sensibles de graduación si contemplamos las derivaciones psíquicas y somáticas que provoca en cada persona, así, las realidades que percibimos como pusilánimes, beligerantes o peligrosas para nuestra subsistencia, nos provocan vacilación, ofuscación o desconfianza, sensaciones que en esas condiciones pueden resultar positivas, pues nos ayudan en la salvaguarda de adversidades y nos hacen esforzarnos para tomar decisiones en bien nuestro e incitar a la colaboración de otros que pudieran compartir —en ese instante— tan inquietante suceso.


Considerando lo anterior, tenemos que en los desastres naturales la humanidad ha demostrado una reciedumbre y hermandad extraordinarias, pero ¿qué pasa cuando las calamidades son generadas por la humanidad? como las transformaciones en la biosfera inducidas por los asentamientos, infraestructuras y actividades económicas —agricultura, ganadería, explotación de recursos naturales no renovables…— que han implicado (evitable o consideradas como tal) negativos cambios en los ecosistemas, lo que ha supuesto además, la extinción de numerosas especies. En este escenario, simplemente ¡No reaccionamos igual!


Entonces, partiendo de que la Tierra es nuestro hogar y del daño que le hemos propagado, lo menos que podemos hacer es buscar soluciones conjuntas. ¡Fácil! Está en decirle no a una serie de prácticas cotidianas que no van a implicar mayores sacrificios y que redundarán en enormes beneficios como: el cerrar una llave de agua que se encuentra mal cerrada, reciclar, consumir productos ecológicos, usar menos plásticos, plantar árboles, respetar a las especies animales, evitar el consumo de cárnicos, reducir el desperdicio de alimentos, no a la mentada fast-fashion, educar a los menores de edad con actividades lúdicas y no con juguetes que simplemente los asombran por poco tiempo, usar transporte público, utilizar menos el automóvil personal, colocar en nuestras viviendas focos ahorradores, llevar bolsas reutilizables al hacer compras, usar baterías recargables para dispositivos que se usen con frecuencia, y así, todo un ramillete de generosas praxis en bien común y del planeta Tierra.


Para efectos prácticos, en Internet encontramos un sinnúmero de sitios de asociaciones integradas por creadores de las bellas artes que están comprometidos con el planeta y los ecosistemas, y en donde podemos recurrir para participar de manera responsable y con ello fortalecer propuestas que nos benefician a todos, a la vez que afianzamos nuestro vínculo con el resto de las especies, de esta manera hacemos conciencia sobre las acciones a ejecutar para mejorar la calidad de vida de todo ser viviente, así como la sana regeneración de la Tierra.

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