Por Fernando Castro Borges
En la península de Yucatán existe una vegetación vasta, conocida como la “selva maya”, la cual abarca Belice, el norte de Guatemala y el sureste de México, y es uno de los sistemas ecológicos de mayor importancia a nivel mundial.
Los mayas, como pueblo originario de este entorno, convivieron y aprovecharon el conocimiento que les ofrecían los reinos animal y vegetal. En este contexto, utilizaron lo que les ofrecía la tierra, obtuvieron grandes conocimientos y desarrollaron significativos y extensos aportes a la botánica.
El desarrollo que lograron en la ciencia encargada de conocer el mundo vegetal permitió un amplio avance en diferentes áreas; por ejemplo, en la gastronomía, la construcción y, muy importante, en la medicina y en el aseo. Este conocimiento fue usado también en rituales, en la manufactura de herramientas, en el campo bélico y el arte, Asimismo, fue elemental en la detección y estudio de las plantas tóxicas.
Entre este tipo de vegetaciones, tiene un lugar especial el árbol maya conocido como “box chechén”, que llega a tener una altura promedio de 12 a 25 metros, una corteza escamosa, color gris de pardusco a moreno oscuro.
La toxicidad del chechén, como es conocido por los habitantes de la península, radica en la secreción, que llega a ponerse negra al contacto con el aire, que provoca en las personas sensibles fuertes reacciones de dermatitis, ya sea por contacto con el exudado del árbol o sólo por estar cerca de él, ya que la toxina puede transitar por el aire ocasionando lesiones parecidas a las quemaduras de tercer grado. El daño que provoca es similar al de la hiedra venenosa.
Los mayas, estudiosos de la botánica, encontraron el antídoto para los efectos de este árbol maldito, el cual también se encuentra en la selva peninsular y crece justo a su lado. El nombre de este árbol bondadoso es Chacá, de cuya corteza hervida se obtiene una solución acuosa, la cual se utiliza como analgésico, insecticida y antiinflamatorio. También es reconocido y valorado para aliviar irritaciones y quemaduras de la piel ocasionadas por el chechén.
Los antiguos mayas, al contemplar que estos árboles están siempre próximos en la naturaleza, siendo opuestos y rivales, hicieron uso de su sensibilidad poética para dedicarles una de las leyendas más conocidas en el sureste mexicano, en la cual dos guerreros mayas, Kinich y Tizic, mueren en combate por el amor de una doncella.
Kinich era reconocido por su gentileza y bondad; su hermano mayor, Tizic, era odiado por ser arrogante y cruel. Los dos se enamoran de Nicté–Ha, una joven bella y de corazón puro, por lo cual compiten en una feroz lucha hasta sucumbir. Ninguno sale con vida de esta sangrienta batalla.
Ya en el inframundo, los dioses otorgan a Kinich y a Tizic una oportunidad para regresar al mundo de los vivos, con la condición de estar juntos por siempre. Lamentablemente, nunca volvieron a estar cerca de Nicté-Ha, quien falleció de tristeza al enterarse de la muerte de los hermanos enfrentados.
Tizic renació como chechén, el árbol tóxico que provoca quemaduras al menor contacto, en tanto que Kinich se convirtió en chacá, el antídoto que sanará lo provocado por su hermano.
Este relato nos obsequia la cosmovisión del equilibrio. La leyenda es la dualidad del bien y el mal presente en el mundo maya, porque siempre donde crece un chechén está el chacá, que con sus bondades sanará la tóxicicidad de su hermano
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