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Duele observar los agravios que le asestamos al planeta Tierra


El dolor advierte y protege al organismo de cualquier inconveniente como mecanismo de defensa y como sensación, mismos que refieren un proceso que penetra en los tejidos (lancinante y opresivo) y otro emocional (ansiedad, excitación y miedo) en la que influyen aspectos físicos, psicológicos y sociales. Obviamente, la intensidad del dolor es directamente proporcional al daño sufrido, lo que presenta algunas restricciones en el quehacer terapéutico y en el bienestar general de quien lo padece. Se podría decir que al establecerse la vida humana sobre la Tierra, el dolor —como acompañante inseparable— empezó a establecer una convivencia regida por la lucha terapéutica para combatirlo.

De esta manera el sufrimiento psíquico mejor denominado como dolor mental, tiene en sus diversas manifestaciones (angustia, ansiedad, sentimiento de culpa...) un origen traumático, mismo que es originado por su evolución socio-cultural. Asimismo, los traumas constitutivos sobrevienen de las limitaciones biológicas impuestas por los determinantes genéticos y ambientales precoces o en las primeras etapas del desarrollo.

El importante progreso en el discernimiento de los mecanismos que median el dolor se pueden amplificar mediante la perspectiva de la medicina evolutiva y como la capacidad para soportar dolor nos brinda cualidades selectivas, otorgándonos estructuras y explicaciones progresivas de la vulnerabilidad del sistema al dolor excesivo y crónico. De esta manera, los síndromes de dolor deficiente evidencian la utilidad del mismo para motivar el escape y evitar situaciones que causan agravios. De acuerdo con los especialistas, los estados mentales dolorosos como la ansiedad, la culpa y el bajo estado de ánimo, pueden haber evolucionado a partir de precursores del dolor físico. La evidencia preliminar de esto se encuentra en datos anatómicos y genéticos. Tales ideas de la medicina evolutiva pueden ayudar a comprender la vulnerabilidad al dolor crónico.

Entonces, el dolor también es promovido por las acciones que producimos con impertinencia y/o con un grado elevado de ignorancia. Ejemplo de ello, todo el mal que por milenios le hemos descargado a todo ser viviente y a los ecosistemas por efecto de la contaminación, la deforestación, la destrucción de hábitats naturales, la extracción de minerales… Al respecto se debe indicar que desde hace décadas en el mundo, las legislaciones —sobre todo las doctrinas y las jurisprudencias— vienen intentando el determinar, delimitar o aproximarse al concepto de daño ambiental y diferenciarlo del ecológico, así como darle un adecuado tratamiento a este tipo de deterioros, planteando que el daño ambiental necesita ser pensado desde un enfoque vanguardista que responda a los grandes cambios y las transformaciones del derecho, pero sin que se pierdan la seguridad y las garantías jurídicas, las de los derechos humanos y de orden ecológico. Por lo tanto, el mayor reto es la aplicación e interpretación de las leyes ambientales, apoyándose en la ciencia como eje transversal y multidisciplinario.

Por lo expuesto, es aceptable establecer la sana dirección que deben seguir los artículos en las leyes de cada país con el propósito de reparar las siguientes necesidades: a) Poner en entendido las circunstancias que den clara definición del daño ambiental y daño ecológico con el objeto de abordar de la mejor manera la complejidad y las vicisitudes para su adecuado y preciso tratamiento, tanto legislativo como jurisprudencial; b) Analizar las particularidades del daño tradicional y del daño ambiental en su doble concepción jurídica, con el fin de reafirmar que la afectación negativa, la vulneración o la aminoración de un patrimonio no es suficiente para el tratamiento de este tipo de perjuicios; c) Examinar el tratamiento de las afectaciones ambientales en el derecho comparado como referente.

Esto tendría el propósito de recapacitar si el concepto habitual del daño es suficiente para vislumbrar y encuadrar el fenómeno en sus dos dimensiones: ambiental y ecológico, es decir, si es suficiente reflexionar a partir de la simple comprobación de una vulneración, depreciación o aminoración patrimonial, o la simple afectación material o inmaterial que permita la adecuación plena de esta clase de deterioros. Asimismo, es importante que las instituciones educativas (privadas y públicas) adelanten propuestas con calidad humana y transcendentales en el ámbito de la reforestación, la prevención, el respeto a todo ser viviente y el reciclaje, con el fin de hacer cumplir y fortalecer a los Programas Ambientales. Acciones que seguramente harán un acompañamiento permanente para fomentar el compromiso ecológico en alumnos, docentes y padres de familia.

De esta manera, el interés por la salud del planeta y de quienes lo habitamos no es tan sólo un tema de políticas, sino de conciencias. Por ello, un sinnúmero de creadores de las bellas artes, sin importar su generación, disciplina o talento de expresión resplandecemos en código verde, manifestando no sólo destreza y voluntad, sino que participamos de una u otra manera en armonía para renovar el medioambiente y salvar a la Tierra.

Si se quiere tener una contemplación más holística de los circuitos de arte, las asociaciones organizadas que se establecen deben ser entendidas en bien de los ecosistemas. El medio ambiente debería estructurarse de manera que la retroalimentación salga de sus propios objetivos y principios éticos, identificándose dentro de éstos, el autor, las academias, las instituciones culturales y el público en general.

Encontrándonos en peligro ecológico global, es importante profundizar en cómo los creadores incorporamos a la naturaleza en nuestras expresiones artísticas, en particular, en la realización de una serie de performances en determinados lugares que han sido degradados por la mala praxis del hombre o en trabajos intelectuales y teóricos. Dichas labores, en donde se trabaja con el concepto frontera-límite, son documentados a través de medios visuales y escritos, teniendo un carácter de concientización de los problemas medioambientales. Por tanto, el objetivo ideal de estas ideas es provocar una definida transformación de la sociedad y sus gobernantes, mismos que se encuentran en un estado generalizado de desconexión con la naturaleza, sus desequilibrios y la problemática ecológica.

La relación entre las bellas artes y la naturaleza ha ido transitando del realismo a la abstracción y de la distancia a la cercanía. Esta proximidad desembocará finalmente en una inmersión simbólica: el creador de las bellas artes como representante metafórico de la cultura intercediendo por el medio ambiente, representando el «yo ecológico» como la conciencia que debe florecer en la mente de la sociedad y para preservar el entorno natural, luchar contra el cambio climático, la degradación de los espacios naturales y la salvaguarda de las especies animales y vegetales, todo, por el bien común y la sanidad del planeta Tierra.


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