Por Deborah Buiza
Estar en contacto con la naturaleza es una recomendación que en distintos espacios se hace con frecuencia, el ser humano está hecho para estar en relación con ella y ha sido la estructura de la vida actual que nos ha despegado de esta parte, por lo que de manera intencional es importante buscar espacios para conectarnos de nuevo.
Por otra parte, viajar te permite conocer y conocerte, por lo general, cuando viajas te vas siendo uno y regresas siendo otro, si permites que la experiencia te transforme. Por lo anterior, viajar a un lugar que te conecte con la naturaleza es una magnífica opción.
Hace unos días tuve la oportunidad de visitar el Santuario de la Mariposa Monarca en Piedra Herrada, en el Estado de México, y al resultarme un momento increíble decidí venir a compartir en este espacio lo que pude apreciar y algunas de mis reflexiones.
Al inicio de la excursión, el guía nos preguntaba si ya conocíamos el lugar, y nos hizo hincapié en que, aunque lo hubiéramos visitado en otro momento, encontraríamos diferente la experiencia, y es que parece el mismo camino y lugar, pero dependiendo de la época es que se puede observar distintas conductas de las mariposas, incluso el paisaje también se ve diferente.
¿Cuántas veces nos detenemos a mirar las diferencias en el camino que andamos a diario?
Es de sorprender la conducta de estos pequeños insectos quienes realizan un largo viaje de alrededor de dos meses para llegar a nuestro país. Según lo que nos contaron no todas las mariposas toman la misma ruta, se conocen al menos tres, en las que su conducta difiere, incluso hay algunas que llegan a lugares que no son ideales para su reproducción, pero aun así lo hacen.
¿Cuántas veces hemos recorrido caminos que sabemos que no nos llevarán a ninguna parte y aun así lo hacemos?
Durante todo el trayecto tuvimos que tomar algunas decisiones que hicieron de este algo totalmente diferente para todos los que hicimos el recorrido, aquí me acordé de una escena de la última película del Gato con botas, en el que dependiendo de quien sostuviera el mapa era el camino que tenía que recorrer y las pruebas que había que superar, y es que el camino es totalmente diferente para cada uno y nadie puede recorrer lo que tengas que andar tú.
La primera decisión fue que había forma de subir a caballo el primer tramo, pero los últimos metros (los más difíciles) esos sí los tenías que recorrer tú, o podías desde el inicio hacerlo a pie. En esta ocasión decidí ir a pie (¿total que podría pasar?).
Conforme fuimos subiendo el camino se comenzó a sentir más pesado, fue necesario decidir hasta qué punto continuar o no “hacerse el valiente” y tomar un descanso o de plano descartar el ascenso. En este punto creo que la honestidad y el autocuidado es fundamental para reconocer el alcance de nuestras fuerzas y lo que podemos exigirnos o sobre exigirnos para no atentar contra nuestra salud.
¿Cuántas veces nos detenemos a escuchar a nuestro cuerpo y le hacemos caso en lo que nos está pidiendo? ¿En cuántas ocasiones nuestro cuerpo nos grita “¡PARA! ¡NO PUEDO MÁS!” y nosotros le seguimos poniéndonos en riesgo?
En varios puntos del camino se sentía como que ya no daba más y es que no hay letreros de “usted está aquí y le falta esto” como para “irle midiendo”, durante el ascenso algunos preguntaban a los que ya iban bajando de regreso si faltaba mucho, las respuestas eran muy variadas, desde las pesimistas de “!uy no¡ falta como media hora (todo de subida)”o poco optimistas de “está horrible el camino” para después agregar el “pero vale la pena” (al ver el desencanto del que recibió esa respuesta), hasta los muy entusiastas de “ya casi llegas, sólo es un tramito” (obvio, cuando ya vas de bajada las cosas se ven diferentes, incluso depende mucho de la experiencia de la persona lo que pueda decirte, así que ni cómo creerles).
Pues le seguimos.
Llegamos a una división de caminos, alguien nos dijo que uno de los caminos era “más corto” (una media hora) pero que estaba “más exigente” y que el otro era más largo (unos 50 minutos) pero “menos exigente”, casi la mayoría optó por el “rápido pero exigente”, la verdad es que no sabíamos qué tan demandante e intrincado iba a estar hasta que ya que estábamos en él (y no podíamos regresar porque ya “faltaba poco”).
¿Cuántas veces optamos por lo rápido? ¿Cuántas veces nuestra urgencia es un elemento que define nuestras decisiones?
Cuando logramos llegar a la cima la vista fue espectacular, el esfuerzo había valido la pena.
Al final la experiencia para los paseantes fue muy diversa.
Hubo quien no llegó a la cima, pero disfrutó el lugar, el aire puro, la convivencia con nuevas personas, el encontrarse en la naturaleza e incluso en algún momento las mariposas bajaron hasta ellas. Hubo quien subió hasta lo más alto y disfrutó de ver los árboles con racimos de mariposas colgados de sus ramas, y disfrutó verlas revolotear, con sus alas de color naranja a la luz del sol.
Hubo quien, aún entre la multitud (porque ya en ese espacio el sendero es pequeño y las personas muchas) encontró un espacio de silencio y meditó y agradeció el momento. Hubo quien tomó fotos y video de los insectos y la naturaleza, o de sí mismos en medio de aquello, para compartir, recordar o sólo para sí mismos.
Hubo para quien fue una aventura divertida y para quienes fue un recorrido espiritual.
Creo que cada quien tiene y experimenta el camino de manera muy diferente, y quizá por eso las comparaciones son regularmente desventajosas y tienen un efecto negativo en nosotros; pienso que la vida puede ser una aventura, un paseo, un viaje si así decidimos verlo.
Si tú vieras tus días con ojos de turista, ¿a dónde te llevarías? ¿Qué lugares te gustaría conocer? ¿Qué momentos fabulosos te gustaría experimentar?
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