Redactor Fernando Galindo
El artesano de Tonatiuh Estrada no sólo moldea figuras de cartón que superaron los tres metros de alto. Lo que a él le gusta es crear historia con sus manos.
“Quiero que cuando la gente vea cómo las personas utilizan un huipil (un vestido tradicional) o un peinado, también lo lea y lo entienda. Que no se lleve sólo un adorno, sino también conocimiento”, dice el mexicano de 46 años.
Sus más recientes creaciones fueron solicitadas por el gobierno local del estado de Oaxaca, con motivo de la celebración de la Guelaguetza, el evento cultural más importante, en el suroeste del país. Como desde hace 91 años y en cada edición, el festejo convoca a diferentes comunidades originarias, para difundir su cultura a través de bailes, desfiles y venta de artesanías.
Tonatiuh moldeo ocho piezas representativas de las regiones estatales para la celebración: siete mujeres y un hombre vestido de diablo. “La intención era hacer muñecas morenas para valorar nuestra etnia, nuestros colores”, explicó.
Su especialidad es la cartonería y las muñecas de calendas, como se conoce localmente a las procesiones que los oaxaqueños realizan durante las fiestas patronales o para honrar a algún santo. Por su colorido y atractivo, las calendas se han popularizado en Oaxaca y ahora es común verlas por las calles del centro varias veces por la tarde, pues decenas de parejas de recién casados suelen contratarlas como parte de su evento. Eso, piensan algunos, perjudica su esencia.
“Hoy en día se está perdiendo su significado”, asegura Nayelli López, quien vive en la capital y desfiló en la Guelaguetza como “china oaxaqueña”, que representa a la mujer trabajadora de los Valles Centrales. “Lo que se ve día a día en las bodas son recorridos. No son calendas porque una calenda es un respeto y un símbolo de fe que se lleva a las iglesias”.
El artesano Estrada hace lo posible por preservar y difundir ese contexto espiritual en sus piezas. Explica que realiza una investigación cuidadosa de cada pedido y tiene claro que las primeras figuras de calenda se utilizaron tras la Conquista (1521), cuando los españoles iniciaron la evangelización. “Sí son un adorno, pero un adorno con información”, asegura.
Cuenta que cuando el comité que seleccionó a los pueblos participantes en esta edición del evento oaxaqueño le compartió su elección, él tuvo que hacer algunas correcciones. Pintó flores del tamaño preciso. Acomodó trenzas del lado correcto. Moldeo al diablo como se presenta en la danza local que lo inspiró. “Aquí todo tiene un significado que es bonito”, añade.
El trabajo que realiza toma tiempo, ya que para completarlo no sólo debe investigar la historia de cada figura, se debe tener paciencia en el proceso de confección. Para terminar una sola muñeca puede pasar semanas encerrado en su taller.
Primero fabrica un armazón de madera. Luego lo cubre de barro, lo modela como una escultura que posteriormente se envuelve con plástico y luego empieza a pegar el papel. Crea una capa de un centímetro de ancho y una vez que se seca la abre para sacar el barro y dejar el cascarón. El siguiente paso es lijar, lijar y lijar. Ya perfeccionada la textura, se pinta.
“A veces la gente cuando ve el papel no lo valora y piensa que es más trabajo tallar la madera, pero es más largo el proceso en papel”, dice Tonatiuh.
Aunque la confección de sus últimas figuras haya sido estresante por cuestión de tiempos, el artesano se dice satisfecho. “A la gente le ha gustado. Se toman fotos, se sienten identificados”.
Comentarios