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2021 C. C.



Inesperado para todos el año 2020. Desde luego, se escribirá mucho al respecto: año de dolor, de desesperanza, de miedo e incertidumbre, pero la pandemia no ha terminado; no demos por hecho que al iniciar el año 2021 terminó la crisis y podremos recuperar la vida que teníamos antes.


Es demasiado aventurar tiempos de mejoría en lo económico, psicológico y laboral. La lucha contra este despiadado virus sigue. Se quiere disfrazar, esconder, aparentar… pero no debemos ver espejismos; deberíamos estar más alertas ante el cambio climático, ver cada uno cómo frenar tantos contaminantes y tratar de mejorar el medio ambiente.


¿Qué aprendimos en diez meses de 2020? Por cierto, un mes más del tiempo de gestación de un ser humano. Los encierros de un día a otro, las compras apresuradas sin importar saturar la tarjeta de crédito, con tal de abastecer los hogares, acomodar las casas para trabajar, estudiar y hacer todo lo cotidiano en casa, encontrar la paciencia y, sobre todo, enfrentar la pérdida de un ser querido sin haberse podido despedir, como antes de la pandemia.


Muchos nos percatamos de tener guardada la ropa, zapatos, accesorios; sólo queríamos estar cómodos, con ropa ligera por el calor de la primavera al inicio de esta pesadilla; los niños, inquietos por estar encerrados; los coches, desde los más lujosos hasta los no tanto, guardados; se notó el verdadero ahorro de gasolina, pero el confinamiento seguía y llegó el verano con lluvias y huracanes, y hoy llegamos al invierno. Muchas personas viven el invierno afuera de los hospitales, en espera de noticias de sus familiares.


Vemos que la humanidad no aprende: sigue saliendo sin importarles contagiar o ser contagiados. Las imágenes que vemos del centro de la Ciudad de México son verdaderamente desastrosas; se entiende que muchas personas van a surtirse de mercancía porque viven al día, pero hoy tenemos como resultado los hospitales saturados.


Las fiestas desde las zonas de alto nivel económico hasta las del nivel más sencillo no paran. La humanidad no aprende -o no quiere darse cuenta- del momento tan terrible que vivimos, y mientras tanto, los médicos, agotados, con el síndrome de desgaste profesional Burnout.


Intentar seguir como que no pasa nada lleva a desaciertos o despropósitos para olvidar el pasado, así sea el inmediato.


Lo mejor de nuestra especie pasa por la cultura y por la ciencia. Las dos ramas del conocimiento que nos han permitido no sólo sobrevivir, sino asegurar nuestra persistencia en el planeta.


Devastados por una plaga que, en alguna medida, nosotros mismos desatamos por descuidar el medio ambiente, también somos capaces de identificarla, rastrearla y, a fin de cuentas, empezar a contenerla, gracias a la investigación científica.


La desigualdad que todo lo infecta en nuestra era continuará durante la distribución de las vacunas. Como de costumbre en el despiadado neoliberalismo, los más ricos -sean naciones o individuos- las tendrán más pronto, lo que significa, simple y llanamente, que enfermarán y morirán muchos más pobres. Es la medida del brutal sistema.


Sólo la ciencia ha podido salvarnos, y de hecho se debería apoyar más a la ciencia, ya que se prevén nuevas epidemias y, repito, hay que aprender de los errores si no queremos tropezar nuevamente sin estar preparados en el ámbito de la salud. Sería la primera gran enseñanza de este año devastador.


Quitar apoyos en un sistema populista, de austeridad maniática, no deja nada. Hay que apostar a la ciencia como nunca antes, para dar un desarrollo sustentable a todos los investigadores, en concreto a los del sector salud, que ha sido sumamente lastimado por falta de equipo de protección personal y no sólo los médicos, sino personal de cocina, de limpieza, de laboratorio; ingenieros mecatrónicos para tener los equipos de pruebas al 100 por ciento; camilleros, enfermeros, y en general con todos los que están en el entorno médico.

La ciencia, que día a día nos pone en alerta sobre el calentamiento global o la desolación de los ecosistemas que nos rodean -causa primera del repentino virus que nos ataca-, así como de la investigación básica en todas las disciplinas, con especial relevancia en las ciencias biológicas y de la salud.


En vez de seguir apostando por las energías fósiles y refinerías, tendríamos que elevar sustancialmente la inversión en ciencia y tecnología de punta. De no ser así, seguiremos padeciendo una serie de problemas de salud y confinamientos.


La cultura que, como siempre en la historia, aún asediada y confinada, logró mantenerse viva y vibrante. Una cultura que se vio obligada a refugiarse y expandirse virtualmente, sin estar preparada para ello, valiéndose más del ingenio y la voluntad que del desarrollo tecnológico.

Arrinconar a la cultura, como se ha hecho hasta ahora, es otro crimen. Como pocas veces, necesitará de recursos para reencontrar su camino en la realidad pospandémica, y para aprovecharse de cuanto ha asimilado en estas largas semanas de reclusión digital.


Que este año atroz no haya sido en vano. La gran enseñanza está aquí, ante nuestros ojos. Hay que apostarle a la ciencia y a la cultura.


Que el 2021 traiga mejores expectativas para todos.

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